Jamás volveremos a ser gente tranquila.

Natalia Ginzburg

 

 

1.

 

Antes
de la pandemia hacíamos trampas al poder, trampas al mal; después, ya no fue
posible.

“Trampas”,
es decir, el último y sutil subterfugio posterior a la huida de los dioses y a
la caída de la revolución.

La
pandemia fue la prueba incontestable de nuestra derrota.

 

2.

 

El
esplendor de ese hacer trampas ya no irradia su fuerza.

El
hacer trampas al mal e irradiar con ello, a trav
és
de ello, mi esplendor, ya no es posible.

Esas
trampas han sido puestas del rev
és.

El
mal ha dado vuelta como un guante nuestro mundo, poniendo a la luz cada una de
nuestras madrigueras.

La
pandemia (el mal) aplanó todo resquicio, por donde se filtraba la luz de
nuestro esplendor.

Una
feria, una lectura, un flyer mal hecho ya no son trampas: sobreviven como
huella apagada de un antiguo fulgor.

“Nuestro
esplendor”, es decir, nuestra alegría.

 

3.

 

Alguna
vez vimos en internet y en el celular inventos provisorios.

No
van a durar
, nos decíamos,
la vida no soporta una nueva mediación.

La
vida no soporta un nuevo alejamiento del mundo.

Una
carta, el teléfono fijo, estaban allí para promover un encuentro.

Y
el encuentro se acordaba en un augurio: dejarse llevar.

“Dejarse
llevar”, ¿hacia dónde? Hacia la experiencia.

El
mal posterga indefinidamente el encuentro.

El
mal erradica la experiencia.

La
experiencia aparece fragmentada en infinitos amagues de experiencia.

Pan-demia,
pan-internet, pan-mediación: a través de sus mil caras (plataformas de
videoconferencia, transacciones virtuales, delivery a domicilio, etc.), el mal
interpuso la Mediación Final.

La
Mediación Final hace imposible retroceder suficientemente la postergación hasta
la experiencia.

 

4.

 

“Vamos
entonces vos y yo”, aquella invitación del poeta —que es invitación al poema,
desde el umbral del poema— se ve obstruida.

La
práctica misma de la invitación se encuentra hoy en entredicho.

La
multiplicación de invitaciones virtuales asedia la única invitación posible, a
la que teníamos acceso.

Más
lejos estamos aún de la propuesta con que cierra aquella estrofa: “vamos a
hacer nuestra propia visita”.

La
propuesta viene luego de la invitación, una vez que accedimos a la invitación.

Sin
invitación, no hay propuesta.

Ya
no más dejarse llevar hacia la experiencia del mundo.

 

5.

 

Pero
aquella invitación no estaba solamente al principio del poema: es también el
primer verso de una gran obra.

La
invitación a la experiencia era la invitación a la obra.

¿De
qué modo se invitaba a la obra? Mediante la transfiguración de la experiencia,
a la que llamamos literatura.

Primero
está la experiencia y luego la transfiguración, que continúa la experiencia en
el resonar de la obra.

La
transfiguración hace de la experiencia la huella perdida en la obra.

Caída
la experiencia, cae también la obra.

Pero
hay algo más grave: en ausencia de ambas, cae también la transfiguración.

La
literatura ya no es posible.

 

6.

 

Pero
hay un segundo estrago de la pandemia, además de la Mediación Final.

Un
segundo aspecto sobre el cual el mal interpuso su velo.

Además
de la experiencia (la vida) el mal ocultó la muerte.

Nos
decimos: no hubo transición en el retorno de la pandemia, y en cierto modo lo
celebramos.

Pero
lo que queremos decir es: no hubo un enfrentarse a la muerte.

No
hubo tiempo de alojar la muerte que la pandemia dejó en miríadas.

El
discurso del mal, como siempre lo hace, se autocompletó a sí mismo luego de que
el mal perpetrara su designio de muerte y destrucción.

Y
nosotros, contentos.

Pero
al proscribirla, la muerte sigue presente.

Al
proscribir la muerte, no podemos sacarnos la muerte de encima.

 

7.

 

De
modo que la pandemia, con la Mediación Final y la Proscripción de la Muerte,
señala un límite a lo anterior y el comienzo de otra cosa.

No
hay un retomar la vida luego de la pandemia.

La
vida antes y despu
és
de la pandemia son radicalmente distintas.

“Radicalmente”,
es decir: hay una diferencia de raíz.

“Una
diferencia de raíz”, porque la vida anterior a la pandemia la tenía (moverse:
hacerle trampas al mal, al poder).

La
vida posterior a la vida, ya no tiene esa raíz.

Somos
el árbol petrificado, que se ahueca por dentro.

Entre
la vida anterior y la vida
posterior
a la vida
, avanza la sombra.

 

8.

 

En
suma: a través de la pandemia, el discurso del mal imposibilita tanto la vida
como la muerte.

La
pandemia desemboca en la vida in-existente.

 

9.

[Tiempo]

 

Estamos
entonces otra vez en el camino de la noche, un camino más largo que lo
esperado.

La
medianoche se ha postergado por siglos, aun cuando cada época que nos precedió
parecía haber tocado el punto más oscuro.

Largo
es el tiempo, y todavía estamos en él.

Y
como en los tramos anteriores de ese oscuro camino, el nuestro también es a tal
punto indigente que tampoco experimenta su propia carencia.

¿De
qué modo no ve su carencia nuestro tiempo? Asumiendo el discurso autocompleto
del mal como propio.

 

10.

[Espacio]

 

Si
no experimentamos la carencia, es por la apariencia de completud tendida sobre
el mundo.

Lo
completo avanza de un lado y del otro.

Para
decirlo de otra manera: lo completo avanza al mismo tiempo desde izquierda y
derecha.

Si
hay sensación de completud es porque derecha e izquierda avanzan hasta unirse y
cubrirlo todo.

Desde
la derecha: a través de la Mediación Final y la Proscripción de la Muerte.

Desde
la izquierda: replicando la Mediación y la Proscripción en su lógica, pero con
apariencia de bien.

El
mal puede disfrazarse de bien porque la lógica que los gobierna es la misma.

Al
conformar un continuo, izquierda y derecha forman un eje.

Lo
llamamos Eje del Cinismo.

 

11.

 

¿Pero
cómo encastra ese Eje, de qué modo se continúan el bien y el mal al punto de
que se vuelven lo mismo?

Inhibiendo,
del lado del bien, la experiencia que engarza vida y muerte.

La
experiencia que dimensiona la vida al recordarle su finitud, es decir: el amor.

El
discurso del bien, simulando poner al amor en libertad,
inhibe la experiencia del
amor.

Inhibe
la experiencia interponiendo una infinidad de cuerpos entre uno y el amor.

El
bien introduce así la misma lógica del mal: una Mediación (de cuerpos) y la
Proscripción de la Muerte.

Una
muerte ya imposible de avizorar en virtud de lo infinito de la Mediación.

 

12.

 

Es
que hoy al bien no le interesa el amor sino los cuerpos.

El
discurso del bien de hoy no es un discurso dirigido al amor sino un discurso
dirigido a los cuerpos.

Hoy,
el bien no quiere amor, quiere los cuerpos, lo mismo que el mal.

Acumular
cuerpos, regular cuerpos, controlar cuerpos.

Y
para ello, los cuerpos deben volverse previsibles: deben ser cuerpos fuera de
todo azar, de todo peligro.

Cuerpos
fuera del amor.

El
bien de hoy normaliza los cuerpos y así se hace uno con el mal.

Hoy
el poder se consuma en la autocompletación final, más perfecta y definitiva, en
el Eje.

 

13.

 

Ahora:
entre una cosa y la otra, el poeta introduce su intervalo.

 

14.

 

El
poeta introduce su intervalo en el tiempo.

El
poeta introduce su intervalo en el tiempo separándose del presente.

El
poeta participa de su tiempo a distancia del presente.

Desde
esa distancia, el poeta observa la penuria del presente y la señala.

El
poeta es quien señala nombrando y al nombrar, señala.

¿Qué
cosa señala el poeta? La noche del mundo, su desgracia.

El
poeta es quien nombra la noche del mundo y con ese nombrar ayuda al mundo a dar
un nuevo paso hacia su medianoche.

 

15.

 

Pero
el poeta es quien introduce también un intervalo en el espacio.

El
poeta es quien, al introducir un intervalo en el espacio, señala una
distinción: a derecha e izquierda.

El
poeta es quien, identificando esa separación, que es él mismo, señala también
su continuidad.

“¿Hay
un arriba y un abajo?”, se preguntaba el poeta en épocas de la huida de los
dioses.

“¿Hay
una izquierda y una derecha?”, se pregunta hoy el poeta hoy.

¿Y
hacia dónde iremos nosotros en ausencia de toda dirección?

Ya
no hay arriba ni abajo.

Ya
no hay un lado ni el otro.

¿Qué
agua habrá de purificarme?

 

16.

 

Se
espera entonces, del poeta, una posición.

El
poeta está instalado en el no-presente y en el no-lugar.

El
poeta es el dos veces negado (el re-negado).

Separado
en tiempo y espacio, el poeta está solo.

El
poeta está solo preguntándose a dónde quedó el juego de lo sagrado.

El
poeta ya no puede apreciar la huella de lo sagrado en los dioses idos, porque
el poeta ya no sabe nada de dioses.

La
huella de los dioses se ha evaporado de la experiencia de lo sagrado.

El
lugar adonde pervive la huella de lo sagrado es en la experiencia misma.

El
poeta observa la huella de lo sagrado en la huida de la experiencia.

 

17.

 

¿Por
qué ha huido la experiencia? Lo dijimos: porque ha huido la muerte.

Ha
huido la muerte, y con ella también el tránsito al que estaba unida: la vida.

Han
huido la muerte y la vida, y con ambas el modo en que una resuena en la otra:
el amor.

 

18.

 

Pero
al separar tiempo y espacio, al señalar la noche del mundo y el continuo del
mal y el bien, el poeta se sustrae del durar sin muerte.

El
poeta evoca así la experiencia de la muerte.

El
poeta repite la experiencia de la muerte y, al repetirla, como en todo repetir,
la reinventa.

Pero,
¿cómo reinventa la muerte el poeta? De la única manera posible: reinventando el
amor.

El
poeta es quien se deja llevar a la experiencia del amor, en épocas de sin-muerte.

El
poeta, anunciando el amor nuevo, anuncia la nueva muerte.

Así,
el poeta pasa por el puente.