…qué difícil
oponerse, aun aceptándolo con entera sumisión del propio ser,
al orden minucioso
que una mujer instaura en su liviana residencia.
J.C.
Hay,
ni siquiera puede decirse que existía hasta que me fijé en él, un pedazo de
casa que me mete una y otra vez en el terreno de la incertidumbre. No me
acuerdo si particularmente a la tarde a través de la ventana se metía un rayo
de sol que lo iluminaba de algún modo raro, o si solo me estoy dando cuenta en
este mismo momento en el que la luz natural ya no hace nada y que apenas
si una luz del velador que dejé prendido ilumina el monoambiente.
Me
gusta pensar que la luz natural tampoco lo descubrió y que soy el primero en su
monótona vida de fragmento de baldosa en que alguien nota su mera existencia.
Me pregunto si alguna vez habrás caminado ese fragmento de baldosa que está
delimitado pura y exclusivamente por mi mente, son pedazos de varias baldosas
¿seis?, ¿siete?, una o dos veo desde acá sin acercarme tanto que están enteras,
lo demás son solo fragmentos recortados al azar. No es muy difícil pensar que
caminaste ese pequeño fragmento, el monoambiente no es precisamente un lugar
gigante que todavía tiene lugares por ser descubiertos. Me acuerdo ahora
mientras pienso el momento exacto en que me contabas que te preguntaron bajo el
tamiz de la mirada de un nene, por qué tenías la cama en la cocina, o el
momento en que por segunda o tercera vez le digo “pieza” al monoambiente y a
mitad de camino entre el enojo y la risa me interrumpís diciendo que no hay
pieza. “No hay banda” suena una y otra vez en mi cabeza mientras decís eso
corrigiendo. “No hay banda, y sin embargo todavía podemos escuchar una banda”.
Podría
parar y decirte que todo es pieza, que quizás no hay cocina, o que no hay
cocina ni pieza ni nada, solo living, solo el cuarto de los almohadones pero mi
cabeza está ensimismada pensando una y otra vez “No hay pieza, y sin embargo
todavía puedo ver una pieza”. Sólo se necesita música para que la banda esté,
exista; solo se necesita una cama para que la pieza esté, exista. Solo se
necesita un pedazo de tu casa para darle entidad. Solo ese recorte abstracto y
arbitrario de lo real para dar existencia a algo. La sinécdoque de tu casa es
ese fragmento apenas visible de baldosas.
Espero, como las víctimas de la espera, que vuelvas. Espero y escribo
porque no sé hacer otra cosa y mientras tanto me distrae ese espacio de nada en
el que no puedo parar de pensar. Me acuerdo por ejemplo de la anécdota en la
que vas desde la cama hasta la cocina dando saltos y anonadada por la situación
pensás por un momento en irte a dormir para no tener que sobrellevar tanta
intensidad de momento. Pienso por ejemplo si en ese atropellarse de energías y
saltos pisaste aunque sea con la punta de los pies un ínfimo centímetro de esa
zona delimitada solo en mi mente. Pienso también si habrás caminado en ropa
interior justo por encima de esas baldosas (pienso en la palabra bombacha, pero
no me gusta como suena así que escribo ropa interior). Pienso
también que no me gusta como suena la palabra baldosa. Me gustaría
inventarle un nuevo nombre pero solo pienso en ese pedazo de casa.
El
reloj está fijado, ancladísimo. Pensé que mirar tanto tiempo un pedazo de casa
haría que el tiempo se moviera diferente, pero no parece ser el caso. Me
levanto de la cama y me voy a parar justo en él, siento que desde ahí voy a
tener una perspectiva diferente de todo. Spoiler: no cambia nada. Todo es igual
de monótono, feble e irreal. Desde acá se ve lo mismo que desde cualquier punto
de la casa, no entiendo por qué pensé que no iba a ser así. Por un momento veo
la sombra que proyecta la biblioteca y alcanzo a ver el lomo de un libro que
solía ser mío. Te pienso (es desde hace un tiempo largo, lo único que hago)
leyendo e interactuando con el pedazo de casa sobre el que estoy parado. ¿habrá
leído alguna vez parada en este mismo lugar? ¿habrá escrito estando en este
mismo lugar? ¿habrá vomitado algún conejito y luego se habrá preguntado si
guardar o no el conejo para una sopa?
Miro
fijo el reloj mientras pienso que la aguja chica se movió apenas un cuarto de
su vuelta completa y que todavía tiene que moverse otra mitad de ese cuarto y
pienso en la ingravidez del tiempo. En realidad pienso que me encantaría que ya
hayas vuelto y que el tiempo se frenase una vez que tu presencia inunde la
casa, pero me sale más fácil decir la palabra ingravidez que todo lo demás. Es
estresante por momentos pensar en términos relacionales a los propios. La aguja
parece mofarse y hace que ante cada pensamiento nuevo alarga aún más su vuelta.
Me acuerdo (solo me sale mirar el pasado para intentar al menos una certeza) el
momento exacto en que terminé de entender cómo se leían las agujas del reloj y
que sentí que pasaba a formar parte de un grupo selecto de adultos que podía
pasar todo el rato mirándose una y otra vez la faja de cuero y metal que tenían
en la muñeca. Si tan solo tuviese un reloj de pulsera en este momento podría
estar mirando constantemente el discurrir de las agujas sin preocuparme en
levantarme de la cama cada vez que quisiese mirar el reloj que ahí en la
biblioteca seguía embotado en no avanzar. Sin embargo, no lo tengo y no quiero
seguir pensando en el reloj ni en el pedazo de casa, así que elijo un pedazo de
casa más grande que hace las veces de terraza y salgo a refrescarme un poco la
cara de dormido.
En el
balcón de abajo se ve a un flaco que parece la ilustración que acompañaría la
definición de “hipster” en alguna enciclopedia. Me acuerdo enseguida que me
dijiste que si alguna vez me mudaba a un edificio, tenía que hacerlo abajo del
departamento de una pareja de gays, que nunca habías tenido mejores vecinos que
los del octavo. Miro por un segundo para abajo y veo que tu vecino está mirando
fijo para acá, en un par de segundos que acompasados por el denso transcurrir
del tiempo de toda la tarde, todo se vuelve eterno y no sé si saludarlo o no.
Antes de terminar de dilucidar qué hacer, veo que se mete adentro del edificio
y despeja todos los problemas que tenía. Pienso que debería existir esa
situación para cada momento de la vida, alguien que se meta a su departamento
cuando no sabés qué decisión tomar de tu vida. Que la decisión escape siempre a
la voluntad propia y dependa siempre de alguien que decida por vos.
Probablemente dentro de media hora esté completamente en desacuerdo con esta
idea, solo quiero que pase esa media hora rápido para que sea aún más pronto el
escuchar del ruido del ascensor y de la llave sobre la cerradura.
En
este momento me gustaría fumar. Siento que los balcones fueron diseñados para
fumar y nada más. También siento que la gente que fuma pasa el tiempo más
rápido y eso (junto a tu presencia) es lo que más quiero ahora mismo. También
sé que la gente que fuma generalmente en ese pasar del tiempo más rápido, tiene
cierta tendencia a morir más rápido. Algo que cada tanto pienso que también
estoy deseando.
Deseaba la muerte como deseaba tu llegada, con la diferencia que en un
momento dado tu retorno llega, la muerte no. Te cuento enseguida todo lo que
estuve pensando en el día excepto la lógica del pedazo de casa que cada tanto
me interpela. Te cuento incluso algo que te sorprende y que me doy cuenta que
no le había contado a nadie antes. Se cumplió hace dos o tres semanas el primer
aniversario de la vez que más jugué con la muerte. Fue exactamente el 27 de
noviembre, lo recuerdo porque es el día que cumplía años Renzo y porque fue
también un aniversario de la final de la intercontinental de Boca contra el
Bayern Munich. Me acuerdo de todo eso con tanta exactitud porque Renzo es la
persona más fanática de Boca que conocí jamás y cuando se enteró que se suspendía
otra vez el partido dijo que le daban ganas de matarse. Ese mismo día con uno
de los hermanos de Renzo y uno de sus amigos disparé por primera vez en mi vida
un arma. Era una pistola reglamentaria del hermano o del primo (me da
absolutamente igual) y solo la historia de disparar por primera vez se ve
opacada por el recuerdo de haberme puesto una pistola cargada en la cabeza por
primera vez en mi vida. Lo que más me molestó fue que ninguno de los dos me
hayan dicho que qué estaba haciendo o que no rompa las pelotas. Solamente me
ignoraron, como si la idea de tener un arma cargada en la cabeza fuese la
sensación más natural del mundo. Ni siquiera quise preguntarles si alguna vez
lo habían hecho, estaba enojado, pero el enojo frenó automáticamente cuando bajé
la pistola y apreté el gatillo intentando que la bala se estrelle en la pila de
ruedas que había atrás de todo, algo que erré por mucho, muchísimo.
Tu
mirada ante mi relato fue parecida a la de Renzo y el amigo. Te lo dije incluso
porque me molestaba, ¿qué es esa cara de nada? Me dijiste que no era cara de
nada, que solamente no te parecía algo tan raro y que no entendías el motivo de
no haber contado nunca esa anécdota. Te dije que no quería que la gente lo
supiera porque a pesar de todo sentía que era algo mío. Me di cuenta que me
equivoqué contándote pero al menos me diste la idea de escribirlo para contarlo
de alguno u otro modo. Te dije que la idea era genial e incluso te conté
que había leído una frase en un cuento que quería usarla de título. Me dijiste
que tenía una obsesión casi insana por usar estúpido en
contextos azarosos (en realidad dijiste “metés la palabra estúpido en todos
lados”) y me recordaste la historia que te conté de mi ex y del “no te vayas
estúpida”. Me reí y te juré (descubriendo justo en ese instante que te mentía)
que no la iba a escribir porque seguía enojado por tu cara de nada.
Sin
enojarte y sonriendo me miraste fijo y me dijiste que no querías hablar que
estabas muy enojada y frustrada y que no ibas a hablar de eso. Hiciste silencio
y por un segundo estoy seguro que pude leer tus pensamientos. Te imaginé
preguntándome todo. Cuál sería la cara esperable, cual sería la cara de nada.
Te imaginé pronunciando en tu voz diminuta hablándome sin esperar respuestas,
sólo por hablar: ¿qué es la nada?, dices mientras clavas tu pupila
azul en mí.
La nada es el relato. Es todo el
relato de este encuentro y el encuentro en sí. Es también ese pedazo de casa
que trajimos al mundo sin que sepas su existencia. Es esto. Son estas páginas.
Somos vos y yo. Perdoname, a veces parezco un estúpido.