Presentación de José Retik –
M. Ignacio Moyano Palacio

 

Hay nouvelles
destinadas a lo inmediato de pocas páginas, hay otras novelas que buscan
desaforadamente el agigantamiento del grosor de los libros y hay muchísimas
narraciones que se rayan con escribir, escribir, escribir para después borrar,
borrar, borrar. Lo raro de esto es que el tamaño importa a costa de no
importar.

H. Libertella menciona en
algún lugar ese pueblo de fantasmas de las páginas borradas, arrancadas o
simplemente tachadas que luego llenan en negativo las hojas impresas. Que lo
muy trabajado parezca sacado de la galera. Magia.

Tengo la sensación de que
el mecanismo narrativo que José Retik emplea en sus novelas tiende a producir páginas
que se afantasman para producir una sensación compleja: lo mucho en lo poco. Lo
que no es lo mismo que escribir poco. Es, otra vez, magia.

El fragmento de Los insectos, que
aquí se presenta en el marco de La Novela Rota,
vuelve sobre aquellas manías que ya habíamos leído en novelas como Los extraestatales (2021), Cine
líquido
(2022) y El muñeco (2024).
Una manía que puede ser concebida como una máquina narrativa absolutamente
singular, y hasta demasiado solitaria en el actual panorama literario, que
opera más allá de la literatura —que encuentra su verdad justamente afuera de
la máquina literaria.

Afuera de la literatura está
el poder y el poder (Foucault dixit) es lo
que engloba todo de manera reticular. Lo que supone que la literatura no está en
ningún lado. No tiene lugar porque pone en crisis cualquier concepto de lugar en relación a esa ubicuidad del poder y la
política. Lo literario circula entre la academia, el mercado, el Estado, las
instituciones, las ferias y la propaganda, pero se sabe que no está en ninguno
de esos retículos.

La narrativa de Retik, y en
esto sus ficciones se conectan con su Diccionario de
psicopatología fantástica
, es un constante reposición de la pregunta
¿quién narra a la literatura?, mientras se avanza escribiendo sobre cada parcela
del poder —lo extraestatal, la psiquiatría, las compañías, el mercado de
valores literarios, etc.— para introducir la distorsión central: que no se sepa
qué es literatura. Estas novelas llevan a los anales del poder en su histórico
vínculo con lo literario: ¿dónde está lo Retikular?

En Los
insectos
, los ecos de la metamorfosis kafkiana son obvios. Una
mosca-drone actúa como espía para verificar la impericia de un oficinista que
labura solamente para cagarle la vida a los clientes de una compañía eléctrica.
El animal-máquina se excede e infecta al genoma humano. Entonces, la ficción
comienza:
Una mañana, Simionato se despertó sobre
una tostada untada con mermelada de naranja.

El vector temporal, con su
artículo indefinido, nos dan lo esencial del ars
narrativo
: el tiempo prima sobre el espacio. No sabemos dónde está la
literatura, pero sí sabemos cuándo aparece. No sabemos dónde está el autor,
pero sí cuándo escribe.

José Retik es un mago. No
tengo más nada que agregar, señores jueces.

 

 

***

 

Los
insectos

Novela

José
Retik

 

Al igual que los refugiados europeos, muchos
insectos migran hacia otros países y padecen la misma discriminación por su
condición de extranjeros. Si se convierten en plaga, se los adjetiva con el
lugar geográfico del que provienen y se les censura el nombre cientí
fico. Las Apis Melliferas scutellatas se volvieron abejas africanizadas luego
de entrar en contacto con abejas europeas y crear una especie hí
brida de características
violentas y asesinas. Ocurrió lo mismo con la V
éspula germánica,
que pasó a denominarse
chaqueta amarilla cuando invadió Francia. Muchas de ellas,
incluso, llegaron a cantar La Marsellesa durante una protesta por el
aumento de los combustibles en Parí
s.

Estados Unidos estuvo en cuarentena por un
virus transmitido por el mosquito asiá
tico Aedes
japonicus
. Como
respuesta a la amenaza nipona, la Casa Blanca hizo circular teorías
conspirativas y xenófobas. Las portadas de los principales diarios anunciaban
con letra catá
strofe:
La venganza de Nagasaki invade nuestro país” o El Aedes japonicus sobrevuela Pearl
Harbor”. En los programas de televisión se enseñaba a construir refugios
antinucleares como en la
época
de la guerra fría. Ciudades como Baltimore, Lexington y Kentucky distribuyeron
indumentaria de protección individual para evitar todo contacto con los
amarillos. La palabra japonicus
creó tal
psicosis colectiva que los ciudadanos japoneses adquirieron el estatuto de
insectos. Una vez despojados de la condición humana, fueron destinados a
centros especialmente diseñados para su esterilización.

Las autoridades niponas, a su vez, denunciaron
un ataque bioterrorista americano con
Oxiuros
(lombrices intestinales). Como el síntoma principal del contagio era el prurito
anal, cualquier ciudadano estadounidense que se rascara la parte baja de la
espalda era detenido e interrogado por el Servicio de inteligencia japon
és.  En otro orden de cosas, el kokugaku,
una corriente intelectual que rechazaba el estudio de textos budistas y chinos,
resurgió reconvertido como movimiento contraintestinal antinorteamericano. El
clima polí
tico
favoreci
ó la deportación de
todos los infectoamericanos y la prohibición absoluta de comerciar
productos con la leyenda
Made in USA.

 

Desde su más tierna infancia, Ignacio Torchela
encerraba hormigas en una pecera y analizaba su comportamiento social. Tras
varios meses de encierro las liberaba en el living de su casa para que
construyesen un hormiguero. Con el correr de las sucesivas liberaciones advirtió
que las hormigas solían sentirse atraídas por los electrodom
ésticos;
a tal punto que devoraban cables y provocaban cortocircuitos en toda la casa. A
pesar de las numerosas denuncias realizadas en la compañía el
éctrica,
solamente obtuvo como respuesta la sugerencia de llamar a un fumigador. A
Ignacio la respuesta no lo conformó. ¿Cómo iba a fumigar a las hormigas por
construir un complejo habitacional propio? No solo estaba convencido de que no
debía desalojar a las hormigas, sino que exigía a la compañía el
éctrica
que se ocupara de reparar sus electrodom
ésticos.
Cansada de los reclamos, la compañía decidió no atenderlo más. Grave error.
Ignacio se sintió burlado. Pero eso no lo detuvo. Contrató
a dos jóvenes
informáticos para que trabajaran en el diseñ
o de Criminalfly, un drone-mosca inteligente a la que se le
implantarí
a
una microsc
ópica cámara en los ojos. Cuando el modelo estuvo
terminado, lo envió varias veces al área de reclamos de la compañí
a.

Criminalfly se posaba en el borde de la taza de café y
enfocaba los ojos hacia el hombre que estaba cerca de la pila de formularios.
Se trataba de Guillermo H
éctor Simionato, único
responsable del área. Simionato era contextura delgada, anteojos de marcos
nacarados y una sonrisa de hiena imposible de soportar.  De cada diez planillas que le llegaban, solo
le daba curso a una. Las demás iban a parar a la montaña de papeles. Una mañ
ana, Torchela realizó un reclamo con una falsa identidad. Pocos días
despu
és llamó por teléfono
para ver el estado en el que se encontraba su trámite. Mientras Simionato
respondía, Torchela controlaba todos sus movimientos gracias al drone-mosca.

Buenos
días, ¿hablo con el área de reclamos?
preguntó
Torchela.

Sí, ¿qué quiere?

Lo
llamo por el reclamo 2114 con fecha 15/04 a nombre de Ricardo C
ésar Telechea. ¿Tiene
alguna novedad?

Déjeme
revisar… un minuto, por favor… Tengo cientos de reclamos…. No es tan sencillo…
A ver, a ver….
Aquí no está, aquí tampoco…. No, aún no tengo nada… Vuelva a llamar en una
semana.

Torchela pudo comprobar que durante la
conversación, Simionato no había buscado absolutamente nada. No solo eso, sino
que había seguido en la pantalla del televisor las instancias decisivas del
partido entre el Ajax y el Bayern Munich.

Indignado con la actitud del jefe de área, pidió
a los jóvenes diseñadores del drone-mosca que trabajasen en la modificació
n genética de Criminalfly
con el fin de realizar un
atentado desoxirribonucleico. Les prometió pagarles con todos sus ahorros (unos
treinta y ocho mil cuatrocientos cincuenta dólares y dos mexicanos de oro).

Los brillantes jóvenes formaban parte de una
red de investigadores mal pagos del CONICET que trabajaban como sicarios científicos.
No les resultó para nada complicado conseguir el objetivo. Gracias a la edición
de genes, el drone-mosca tuvo una mejora significativa en la capacidad de
vuelo. Por otra parte, la manipulación de una región especí
fica del código genético provocó
que la mosca tuviese la capacidad de transmitir una alteració
n completa del genoma
humano a trav
és de sus huevos. Para medir la eficacia del
descubrimiento, enviaron a Criminalfly a desovar en el caf
é de
Simionato. En menos de un mes, el carácter del jefe de área había cambiado
considerablemente. Cuando intentaba llamar a un compañero, en lugar de
pronunciar su nombre, emitía una expresión muy parecida a bzzz bzzz.
Tambi
én advirtió dos extrañas
incisiones a la altura del omóplato y una constante e inexplicable necesidad de
frotarse las manos. Su cuerpo se volvió extremadamente sensorial y llegó a
percibir sabores con solo rozar una fruta.

Una mañana, Simionato se despertó sobre una tostada untada con mermelada de
naranja. Elevó sus patas con dificultad hasta conseguir despegarse. Luego se
desplazó hasta el espejo y contempló su cuerpo dividido en tagmas. Sus ojos
estaban facetados y tenía una extremada sensibilidad a la luz. En cuanto a la
habitación, se veía como siempre. Simionato pegó un saltito y dio dos vueltas
en círculo alrededor de la mesa. Al acercarse a la ventana sintió el calorcito
del sol en su cuerpo.

Debo
estar soñando
pensó—,
en un rato voy a despertarme y todo habrá
terminado”.
Pero pasó un rato y otro rato y nada cambió
. Recién
entonces, Simionato se desesperó. ¡Si no llegaba en una hora a la oficina le
iban a descontar el presentismo! Aterrado con la idea, se dirigió a la ventana
entreabierta e inició el vuelo rumbo al trabajo. Una vez en la compañí
a comprendió que no iba a poder marcar tarjeta y mucho
menos dar explicaciones; así que siguió vuelo rumbo a la oficina del gerente.
El hombre de unos sesenta años leía una revista de deportes recostado sobre un
sillón. Sonó el celular.

Amor,
supongo que el idiota de Simionato no va a demorar mucho más…

Como
no me llamabas pens
é
que habías tenido algún problema con tu señora… ¿Vamos al mismo lugar de siempre…?

Sí,
beb
é. Y después al
shopping de compras, como de costumbre…

Esta
vez te va a salir caro…

Simionato bajó los flaps y aterrizó sobre el
escritorio. Apenas lo vio, el gerente intentó reventarlo con el diario.
Simionato eludió el golpe con sorpresiva destreza y carreteó unos centímetros
sobre la mesa hasta levantar vuelo. El gerente siguió
lanzando inútiles golpes al aire con el diario. Como aún
conservaba parte de la inteligencia humana, Simonato se posó sobre el cielo
raso. Desde esa perspectiva, el gerente se veí
a totalmente inofensivo.

Finalmente, Simionato
decidi
ó volver a su hogar.

Al día siguiente, Torchela estaba ansioso por ver
llegar a Simionato a la oficina de reclamos. Si bien podía estar demorado por
un piquete u otro inconveniente, Torchela sospechó lo peor. Según la red
clandestina del CONICET, la metamorfosis debía producirse unos tres meses despu
és del
contagio. Pero no fue así. El proceso se había acelerado de manera inesperada.
Bajo su nueva identidad, Simionato pensó: “¿Para qu
é voy
a volver a la compañía si no puedo marcar tarjeta?”.

Cansado de esperar, Torchela decidió enviar a Criminalfly a casa de Simionato. El biodrone entró
por la ventana y enfocó a una mosca recostada sobre un formulario en blanco. En
la pantalla en la que Torchela seguía los movimientos de Criminalfly
apareció la palabra
positive match en letras verdes. No
puede ser
gritó Torchela,
estos jóvenes son brillantes y el CONICET les paga una miseria”. Luego buscó
un frasco vacío y se dirigió al departamento de Simionato.
La puerta estaba abierta; sin hacer el menor ruido caminó en puntas de pie
hasta el formulario. Con un rápido movimiento intentó
atrapar a Simionato dentro
del frasco. Fall
ó. El
piloto demostró una vez sus habilidades para las acrobacias a
éreas.
Despu
és de eludir el frascaso, Simionato atravesó la ventana a gran velocidad y realizó un looping. Recién
entonces su parte humana recordó que tenía turno con el otorrino por v
értigo.