Presentación de G. Guerber – M. Ignacio
Moyano Palacio

 

Hay un Mapa en la cabeza de G. Guerber. Y ese
Mapa es Dios.

Cabeza de G. Guerber = Mapa =
DEUS

La última vez que alguien hizo el cálculo,
escribió: Dios es la raíz de menos uno.
Inmediatamente aclaró: Menos Uno, Cero y Más Uno son los
tres enigmas insolubles de la Creación
.

DEUS = (-1) + 0 + (+1)

La cita viene de At-swim-two-birds
y está firmada con aliento de cerveza irlandesa. Pero me doy cuenta
que al situar a Dios en el Mapa y al Mapa en Dios, debo recomenzar: hay un
MA/PA en la cabeza de G. Guerber y ese MA/PA es Menos Uno, Cero y Más Uno. La
ecuación se reformula:

Cabeza de G. Guerber = MA/PA =
DEUS = (-1) + 0 + (+1)

El 12 de agosto del año 2023 leí El colapso de lo posible, primera novela publicada
del autor. Entre las anotaciones, resalto ahora una para los lectores de La Novela Rota: La
literatura es lo que viene despu
és
del sol. Hacia allá
vamos. (Sí,
me subrayo perfectamente porque nunca releo sino entre rayas).

¿A dónde es que vamos?, ¿dónde queda el lugar
que está más allá del sol?, ¿dónde canta sus sonetos Dios? En la cabeza de G.
Guerber.

Joyce dijo alguna vez que escribió su Ulises como un acto de amor: si Dublin alguna vez
fuera completamente destruida, la ciudad amada se podría rehacer de pé a pá con
su Libro. Creo que puedo decir algo en sintonía respecto de la escritura del
Doctor G. Guerber: si alguna vez Dios fuera aniquilado de forma total, podría
reconstruirse siguiendo sus novelas: El colapso de lo
posible
y la que ahora me enorgullezco en dar a conocer, Los grandes desvíos.

Pero mientras leo los fragmentos iniciáticos de
esta nueva ficción, me doy cuenta que con las sagradas escrituras de G. Guerber
podríamos reconstruir no solo a Dios y al MA/PA, sino también a la ciudad que
lo vio esconder el astro lumínico en su cráneo cuando apenas tenía 8 añitos:
Pozo del Molle. La ecuación se reformula:

Pozo del Molle = Cabeza de G.
Guerber =
  MA/PA =
DEUS = (-1) + 0 + (+1)

Ahora tenemos ante nuestros ojos una novela por
registros. El avance es cinematográfico, místico y pisquiátrico —técnica,
religión y locura o la santísima trinidad de la ecuación que guía a toda
ficción de orígenes mayores.

En un momento, el narrador anticipa un ruego
para seguir sus línea: La siguiente representación esc
énica y textual —que por benevolencia debería
comenzar con 37 páginas en blanco o 45 minutos en silencio— pretende visualizar
algunas pocas cuestiones referidas al proceso de marcado de los individuos
consagrados a DEUS.

De inmediato, se aclara el acrónimo: DEUS: Deformitas Ecclesiae
Ultra Satanam.
¿Un
error? Sí: Los acrónimos atraen incautos. Entonces todo
debe justificarse, aún a riesgo de introducir errores. Los errores se propagan
con potencia, y DEUS es un error. El Gran Error.

El error fundamental de Dios fue Satanam. Dios
es Satán. Y como todo se reformula constantemente, la ecuación también —pueden imaginarla
e incluirse en ella.

Yo creo que cuando el futuro lea a G. Guerber,
sabrá que está dentro de aquel que fue Dios y sabrá que Dios era su propia
desviación. Sabrán, en el futuro, que para captar este axioma había que
entregar una vida, una literatura, una muerte. ¿Era Dios aquel que nos esperaba
agazapado en el fondo de Pozo del Molle cuando con apenas 8 añitos nos
acercamos con una escopeta en la mira y disparamos con susto? Sí, era el Dios
de los colapsos y los desvíos. El Dios de la Gran Llanura donde escribe aquel que no parpadea masturbando cadáveres

 

***

 

Los grandes desvíos

Novela

G. Guerber

 

“I
think there will be a kind of inward collapse. But that’s when things might
start to get interesting. It’s quite possible that deregulation of the airwaves
will lead to a deregulation of the imagination. I’ve always believed that
ultimately every home will be transformed into its own TV studio. We’ll all be
simultaneously actor, director and screenwriter in our own, soap operas. People
will start screening themselves. They will become their own TV programmmes.”

J. G.
Ballard, i-D Magazine (1987)

 

“For
every way that there is of being here, there are an infinity of ways of not
being here. Historical accident snuffs out whole universes with every clock
tick. […] Art is a way of saying, in the face of all that impossibility, just
how worth celebrating it is to be able to say anything at all.”

R.
Powers, Conjunctions (2001)

 

“This
is a singular perturbation problem, and its analysis can sometimes be
particularly difficult.”

S. R. S. Varadhan,
Large Deviations and Applications (1984)

 

Exordio:                                                                

Expone el mecanismo
para la ahora ausente Anna Hunt: “Repara en esto: tu función consistía en
identificar la luz de una luciérnaga en medio de una explosión nuclear. Para
ello habías sido diseñada, con esa mirada clara de perfecta definición, como
los ojos múltiples de un insecto. Pupilas dilatadas que tantas noches se
abstrajeron frente a numerosas pantallas encendidas, en distintas frecuencias,
en distintas exposiciones, en la oscuridad aberrante de la Deep Web. Visiones
que auguraban un destino trágico para la experiencia humana. Ondas de
mutilaciones y reconstrucciones fallidas. Errores superados por otros errores.
Sangre mezclada con otra sangre. El acto final de contemplación de quien se
asoma al balcón de un piso superior y no distingue el límite de la noche. Pero
tú no caíste en esa tentación, Anna Hunt. ¡Tú, la ausente! Venerada por todos
aquellos que accedieron a la estructura de tu cerebro, no programado para el
quebranto ni para las emociones asociadas a las pérdidas. Ni siquiera cuando
siendo niña te separaste de la bicicleta amarilla con dos pequeñas ruedas
traseras adicionales. Un equilibrio lateralmente estable. Recuerdas que la
maquinaria ambulante quedó firme para siempre, encadenada al añoso tronco de
una glicina, formando una estructura única e indisociable. Sonreías, Anna,
sonreías desconsideradamente. Podías hacerlo; todos esos recuerdos eran parte
del programa. Y traficar órganos y alucinógenos era entonces tan sencillo como
transportar en el equipaje de mano un frasco con hormigas, langostas o grillos
condimentados con sal y ají. Nada que no pudiésemos controlar desde Constellatio.
Claro que también giraba el tema de las influencias. Y tú eras una influencia,
¡tú, la ausente! Dimetiltriptamina, fentanilo, órganos humanos internos y
externos. Todas esas maniobras relegadas a tu perímetro regional y a tu buen
tino. A tu juicio y a tu sensualidad prefabricada.

Pero vayamos al
Hospital que cargabas (y aún cargas) en tu memoria, ausente Anna Hunt.
Inmovilicemos unos minutos el relato. Tiempo sin acción, sin viento, una luz de
verano. Tu casa familiar tiene en estos momentos un patio externo y un patio
interno, separados por un tapial con alero y una puerta de madera pintada de
celeste. De un patio y del otro crecen, y se alimentan desde los agujeros entre
piedras lajas, dos troncos de glicinas que se cruzan formando una bóveda
ramificada, una sombra de flores y sonidos de abejorros. La música zumbante de
los perfumes de la primavera. Y sobre el costado, perpendicular al muro que
separa el interior del exterior: la construcción anexa de tres niveles, la
estructura lateral del Hospital. La primera puerta de madera (también celeste)
desemboca en un pasillo. La segunda puerta, con marco de hierro y gruesos
vidrios de colores translucientes, conduce directamente a las salas de
internación. Dos ventanales con idénticos cristales de tonos oscuros (cuatro,
seis, ocho vidrios azules, rojos, verdes, amarillos) permanecen casi siempre
cerrados, pero pueden abrirse hacia tu patio infantil. Deberías dibujar todo
eso, Anna Hunt, ¡tú, la ausente! Todo eso: una unidad de paredes, puertas,
ventanas, vidrios opacos, hierros, masilla seca, glicinas, flores y abejorros.
Y una bicicleta amarilla incrustada en un tronco. Entonces tus visiones y tus
gritos y tus llantos de deseperación originados en ese lugar oscuro, con dos
pisos de habitaciones y un tercer piso superior, con un sótano, con pasillos y
corredores para los condenados. A muy temprana edad te familiarizaste con esa
escenografía del horror. Luego todo se transformó en tormentas de datos
invisibles procesados a gran velocidad. Alucinaciones resonantes como la música
de las esferas. Sonidos anfibios y barrosos. Pero con cuerpos que no eran
esféricos y con una música electrónica emparentada con el noise. Ese
encantamiento monstruoso generado y amplificado en tus primeros años de
existencia. El territorio árido y funesto hacia el cual nos dirigimos. La
naturaleza conceptual torpemente expandida por los falsos signos de la
realidad.”

 

→ Interior del Hospital
abandonado:
Una
pantalla plana abarca la totalidad de la pared posterior del primer nivel.
Partículas se dispersan en el aire; un polvillo seco y gris. No hay allí
observadores humanos, ni posthumanos, ni androides, ni cyborgs, ni psycho
robots
, ni elementos inteligentes de Constellatio. Todo recuerda a
un autocine vacío en medio del campo. Aunque haces de luz se activan al
detectar movimientos de aquello que pueda considerarse vida organizada en
régimen gregario: cucarachas, gusanos, ratones, escarabajos, escorpiones. El
proceso de aniquilación dura milésimas de segundo. Lo que queda: un humo de
color verde radiante.

 

→ La Pantalla Gelver: [¿Presentador? Hay un presentador y se hace llamar El
Uno D. ¿Se observa su rostro? Apenas se perciben gestos mínimos y movimientos
de su lengua; podría tratarse de un depravado. ¿Constellatio es eso? Constellatio
es eso y también es algo muchísimo más aberrante que eso. Es el organismo que
produce los desvíos. Es la fábrica de eventos raros que compensan la igualmente
repulsiva medianía del mundo. Se existe y no se existe; se mezclan las partes y
se estudian sus efectos. Y esos efectos son el espanto que nos rodea. Difícil
de creer, imagino. Créalo o no, no es asunto de relevancia; pero por favor
limpie sus partes traseras, levántese del inodoro automático, y escuche lo que
tienen para decirnos.] “La siguiente representación escénica y textual –que
por benevolencia debería comenzar con 37 páginas en blanco o 45 minutos en
silencio– pretende visualizar algunas pocas cuestiones referidas al proceso de
marcado de los individuos consagrados a DEUS. Se trata aquí de los privilegios
y desventajas que, a cada portador de la marca, acompañan durante
tiempos aleatorios. Se trata también de redes cerebrales perturbadas con
moderadas y no moderadas dosis de alucinógenos y anestésicos. De todo eso
trata: ascensiones, deslizamientos y declives; visiones y caídas; furia y
lucidez. Que todos los asuntos infrahumanos, tal y como los conocemos,
desaparezcan con la vehemente velocidad de la invocación de un conjuro.”

Y continúa, forzando
aún más su afectada voz: “Ven aquí lo que llamaremos estado inicial. Quienes
aparecen en pantalla han recibido el llamado de Constellatio: un sobre
de manila con la invitación en clave: //Concilio de Nueva Éfeso – Núcleo
UR-148 (sin fecha): ¡LA BOMBA ES HOY! ¿SERÁ HOY?//
Y es así que a la vista
de nadie hay siete residentes dispuestos geométricamente como se indica en la
figura. Ellos no están aquí. No ocupan este mismo espacio que antes fueron
salas de internaciones. No pueden ver las oxidadas herramientas de medicina
desparramadas por el piso. Ellos, pobrecitos, no imaginan lo que les espera.”

[Detalles técnicos
sobre la disposición y las imágenes de los siete personajes en pantalla: sus
posiciones respectivas están marcadas en el suelo, formando un triángulo dentro
de otro triángulo y un nodo central. La estructura jerárquica queda señalada por
los colores de los nodos (negro el centro, rojos los vértices del triángulo
interno, azules los del triángulo externo), y por las relaciones de cercanía,
también marcadas con pintura. La filmación que sigue es poco nítida y, a pesar
de los avances tecnológicos, parece realizada por una cámara Super-8:
colores tenues y borrosos; los patrones de interferencia contribuyen a la
sensación general de desconcierto. Un efecto visual comparable al de los videos
del asesino Anatoly Slivko, ahorcando y quemando a los
jovencitos miembros del club de exploradores.]

 

→ Los elegidos: Vestimentas que remiten a profesiones clínicas o
ligadas a la medicina; incluyendo sus consecuencias no deseadas. No dejan ver
sus extremidades superiores y portan caretas o máscaras con personajes de
historietas. No es otro el objetivo de las máscaras que el de ocultar los
verdaderos rostros y contribuir al desorden y a la confusión general.

1- Anna Hunt: aquella
que goza trepanando cráneos. Cirujana; máscara de Tía Vicenta.

2- Regina: aquella que
acuchilla partes blandas. Sepulturera; máscara de Hägar the Horrible.

3- Micaela: aquella que
sonríe arrancando muelas sin anestesia. Dentista; máscara de Olive Oyl.

4- Dio Fau: aquel que
engulle carne humana. Psiquiatra; máscara de Afanancio.

5- Teodoreto: aquel que
se regocija hundiendo ojos con sus dedos. Oculista; máscara de Fritz the Cat.

6- Oksana: aquella que
se persigna crucificando personas. Enfermera; máscara de Dippy Dawg.

7- Gelver: aquel que no
parpadea masturbando cadáveres. Anestesista; máscara de Curugua Curuguagüigua.

 

Un brazo ajeno para el
principiante

Registro 1: “Observad lo diáfano y lo oscuro, lo fulgurante y lo
opaco; observad la descartable podredumbre de los hombres. Y clavad la afilada
pluma de la escritura en esa tinta sanguinolenta envuelta en carne. Registrad
todo y estudiad lo que no sobra: el manto de las cosas reales, lo que no se
puede percibir pero es.” Habla Anna Hunt, experimentada cabecilla del
núcleo local de DEUS. Rostro oriental de muñeca de silicona y una boca que
imita los vanos intentos respiratorios de un pez gigante fuera de la laguna.
Claro que nada de eso se percibe bajo el mascarón de Tía Vicenta, la de rizos
apretados. La envoltura de alambre y papel maché cubre toda la cabeza, y hay
apenas tres agujeros: uno para cada ojo y un tercero para el ingreso de aire.
La escena que transmite la pantalla se desarrolla en un baldío ínfimo rodeado
de glicinas.

DEUS: Deformitas
Ecclesiae Ultra Satanam.

Aquí la imaginación no
es un punto fuerte. Los acrónimos atraen incautos. Entonces todo debe
justificarse, aún a riesgo de introducir errores. Los errores se propagan con
potencia, y DEUS es un error. El Gran Error. Y la suma de todos los
errores (aún cuando constituyan sucesos extremadamente raros) marca el ritmo de
la evolución. En este caso: el ritmo del camino cierto hacia la brutalidad. O
hacia un monte de espinas. O como quiera que se llame. Bienvenidos sean los
eufemismos.

De manera que Anna
Hunt, afilada lengua y exuberantes medidas superiores, es escuchada con alguna
atención por las jerarquías menores. Única líder del sínodo regional desde el
último recambio, un par de años atrás. Aquella belleza ostentosa en cada una de
sus propias células. Posee Anna Hunt la capacidad de encandilar a una multitud;
aunque en este momento la multitud que la envuelve sean seis personas. Las
sentencias vuelan como sanguijuelas o como babosas, penetrando y pegoteándose
en los oídos sórdidos.

“Pensad en la remanida
alegoría de la punta del iceberg y de la parte oculta en las profundidades…”
Alguien estornuda, propagando una brevísima ola de incomodidad. Ella produce
indecorosos sonidos con su áspera garganta. “Las profundidades… del mar. Lo
que es bueno es una vez bueno, pero lo que es malo lo es
incontables veces. El Mal se replica; el Bien es un evento raro,
o sea: una desviación mayor. Aquel que se desvíe lo suficiente (y cada uno de
ustedes deducirá lo que quiero significar con esto) llegará a la espesa jungla
de la ensoñación…”

Nuevo estornudo. Puede
decirse que Anna Hunt abusa de los modos hiperbólicos para introducir la
temática de sus discursos. Viscosos minutos en los que pronuncia oraciones sin
significado alguno, para llegar a un cierre a toda orquesta en que suelta tres o
cuatro palabras reveladoras que avivan las neuronas ardorosas. Una de esas
palabras es la palabra marca. Entonces la máscara de Tía Vicenta eleva
la vista, como si quisiese adivinar cuándo llegará la anunciada tormenta
eléctrica. Tormenta y tormento son otras de sus palabras claves.
En síntesis, dice cualquier cosa, pero lo dice de una manera tan convincente
que los demás podrían pasarse noches enteras intentando develar el significado.

Ellos, especialmente
los tres vértices del triángulo externo, son actores secundarios, por decirlo
de alguna manera; vehículos de la propagación del mensaje, sus mosquitos Aedes
aegypti,
infectados por la euforia y las palabras ajenas. Media docena de
diseños caricaturescos y enmascarados, con nueve brazos en total (por ahora),
rodeados de árboles de glicinas.

 

Registro 2: El recién ingresado Gelver, el nodo superior a quien
Anna Hunt da la espalda, trata de comprender aquello que escucha y ve –y que
aún le es impropio– en términos de similitudes y analogías. Pero muy
rápidamente es guiado hacia las tinieblas mórbidas de la Deep Web. El
iceberg, la profundidad, lo que anestesia las percepciones. Aquella red de
miembros arrancados de sus cuerpos, de cortes con bisturíes y motosierras o con
juegos de cuchillos fabricados en Singapur; de animales recién nacidos colocados
en licuadoras, en hornos microondas. Todo el sadismo de los lunáticos del orbe
a disposición de los curiosos, de los empastillados, de los onanistas, de los
espíritus traumados en la juventud. Pero Constellatio es otra cosa, le
habían dicho. Y esas otras cosas eran las que habían guiado su ingreso a la
tierra prometida de rosas sin espinas, o de espinas sin rosas, o de calas en
panteones colocadas en recipientes sin agua. Es su primera participación en un
evento de esta naturaleza, lo que le acarrea cierto peso de pudor y timidez. Y
es en esas instancias cuando la subdivisión hace el trabajo a nivel molecular,
para en días posteriores dar paso a la integración de todas las partes en la
Poderosa Estructura que es DEUS.

Pero la pantalla se
encarga de mostrar, como tantas veces, que algo de naturaleza inesperada ocurre
con los novatos. Es entonces que Gelverito, el cacique Curugua Curuguagüigua,
el anestesista, siente el deseo arrollador de conocer cuál de los dos brazos es
el que manca (en ese momento) a Anna Hunt. Y pregunta con impostada solemnidad:
“Este viento que agita nuestras vestimentas médicas y sepulcrales, oh adorada
Tía Vicenta, luz y guía de nuestros razonamientos, ¿es acaso el viento norte
que nos trae el calor del trópico?”

Su superior inmediato
Dio Fau, el caníbal, siente deseos de acogotarlo con su miembro único. Pero
enseguida ese deseo parece transmutar en lástima y en la voluntad de abrazarlo,
aunque (en ese momento) no le resulte posible. Anna Hunt, en cambio, no deja
adivinar ninguna emoción en sus movimientos: extrae su brazo derecho por la
manga del delantal médico, introduce la mano dentro de la máscara de Tía
Vicenta que cubre su rostro, y sobre su dedo índice despacha un sagrado
escupitajo. Luego, y sin demorarse un segundo, lo eleva al cenit con la vista
fija en Curugua Curuguagüigua. “Efectivamente: viento norte. Pero del norte
selvático, no del norte helado. No confundir una cosa con la otra. No confundir
Allá con Más Allá.” Y arriesga, para horror de los presentes: “¿Puedo suponer
que no habrá más preguntas?”

La pantalla seguía
brillando con tonalidades azules en la pared del Hospital. Bien. Muy bien.
Excelente con felicitaciones. Todo un avance observacional y deductivo de parte
de Gelverito: Anna Hunt carecía (por ahora) de su brazo izquierdo. Ruido de
engranajes en el cerebro del onanista. Tres coágulos se reacomodaron entre las
neuronas. Pero el muchacho fue por más. “Me gustaría saber cuántos golpes de
puño de un psycho robot se necesitan para voltear una sequoia de 1500
años. Sé que mi inquietud puede sonar algo ridícula, pero he soñado durante
siete noches consecutivas que todos los santos mártires colgarán algún día de
las ramas de esos árboles gigantes. Pueden dudar de mí; no es el tema. Aquellos
descabezados colgarán de alguno de sus miembros, y aquellos desmembrados
colgarán clavados en anzuelos de tamaños humanos”. Lo del novato sequoia ya
bordeaba la provocación y el ridículo. “Aquí no hay sequoias”, dijo Dippy Dawg.
Los otros masticaban asombro, como si la flema invadiera sus gargantas. “Que no
haya sequoias ahora, no significa que no haya sequoias en algunos siglos. Puedo
encargarme de sembrar algunos tallos.” La constelación de dementes ya lo
observaba como a un gusano de seda. “Son posibilidades: yo no deseo colgar de
una sequoia…” Entonces la interrogada procedió del siguiente modo: acercó
nuevamente la mano a sus labios santos (siempre bajo la máscara de Tía Vicenta)
y esputó varias veces sobre cada uno de sus cinco dedos. A continuación le
pidió al audaz iniciado que por favor se acercase hasta una distancia del largo
de su brazo y que levantase por un momento la máscara de Curugua Curuguagüigua.
Un cachetazo sonó seco y contundente y los ojos del necrófilo sequoia fueron
habitados por el estupor.

“¡Las lecciones no se
aprenden en el primer día!”, lanzó Anna Hunt a la multitud de seis. Y continuó:
“No me buscarías si no me hubieses ya encontrado. Lo que se recibe es lo que se
da y lo que se encuentra es lo que se olvida. Este fue el sonido de una mano
contra una desvergonzada mejilla. Ya conocerás el sonido del cachetazo de una
mano contra ninguna mejilla.” Y el parloteo aleccionador siguió varios minutos.
De manera que Gelverito se vio obligado a agachar su cabeza enmascarada. Había
sido una torpeza innecesaria. La humillación lo dejó petrificado, y en vano
alguna máscara trató de consolarlo dando a entender que todos habían atravesado
ya por esas situaciones. El desconcierto del hombre sequoia no podría definirse
con un color. Era un desconcierto rojo con matices negros, y era también un
desconcierto negro con matices rojos. Su rostro era el yin y el yang del
desconcierto, aunque el plano posterior mostrase la máscara de un indio fiero y
de nariz enorme.

 

Registro 3: […] Largos e intrascendentes minutos continúan
proyectándose en la sala vacía, pero no ocurre nada digno de destacarse, más
allá de la monotonía sonora de algunas voces que apenas se escuchan. Hasta que
la pantalla por fin se apaga y la oscuridad vuelve a cubrir toda la sala del
Hospital. Luego de ese corte final, y aunque no haya imágenes, Constellatio elige
a uno de los participantes para someterlo al proceso de marcado. Y no se
requiere demasiado sentido común para imaginar a quién. La desafortunada
intervención del muchacho sequoia señaló su suerte. Entonces la imaginación y
las visiones del sueño monopolizan el relato: nadie vio nada, nadie agregó
nada. Podrían haber transcurrido horas, días o meses enteros. Y lo cierto es
que pasó el tiempo con la velocidad de una tortuga drogada. Pasó el tiempo,
pasó mucho tiempo, pasó más tiempo, cayó la arena egipcia en la bóveda inferior
y volvió a caer, los cuerpos celestes palpitaron copiosas veces en el terror
del sistema. Y entonces Gelver, el novato, el onanista, abandonó los efectos
opiáceos sobre una camilla de metal helado, en el recinto conocido como El
Masturbatorio, para descubrir que ya no tenía su brazo izquierdo. Pero no era
que le faltase un brazo; lo que faltaba era su brazo. En ese lugar
alguien o algo había colocado un trozo de carne musculoso, peludo, carcelario,
pendenciero, con el tatuaje de un ancla hecho con agujas sin desinfectar.
Podría tratarse del brazo de Popeye the Sailor, pero no fue eso lo que lo
preocupó en los primeros instantes. Resonaba una voz: “Yo soy la vacuidad del
Mundo / Tú eres la vacuidad del Mundo”. Sus desvaríos anestesiados iban hacia
el lugar del placer que se propinaría a sí mismo con la nueva estructura
corporal. Y, sobre todo: ¿cómo masturbaría a un cadáver con ese miembro ajeno?
En ese territorio vergonzante dejó vagar sus
pensamientos.  


[Fuente foto: archivo personal de Maigua y Editorial Nudista]

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