Esteban López Brusa me mandó un audio después de leer El
Palomar: «Lo que más me gustó fue el deseo de la escritura. El deseo
de escribirla.» El deseo como una relación íntima con las palabras y sus
formas, sus texturas y sonidos, la poética que compone una lógica del adentro. Las
escrituras nos anteceden y nos van a trascender. Como dice Polleri somos
Médiums o como dice Luppino, vehículos de escritura. Hebe Uhart también lo
decía de una manera genial: «Solo soy escritora cuando escribo, el resto
del día soy vecina, maestra, etcétera.” Con esta frase Uhart desarticulaba el
rol social del Escritor. Porque a ella no le interesaba esa figura. Si un
escritor es solo cuando escribe, ¿Qué es el resto del día? Por supuesto que
Hebe Uhart escribía en todo momento, sobre todo cuando dejaba de ser escritora
y eso puede leerse en toda su obra. Incluso creó las condiciones para seguir
escribiendo mientras viajaba. Después el mercado se encargó de etiquetar esos
libros como “Crónicas” pero ante todo hay una escritura, una poética: Hebe
Uhart.
Durante años construí una vida para la escritura. No
en el sentido de que merezca ser escrita, justamente lo contrario. En una
entrevista me invitaron a separar mi rol de editor del escritor. Esa era la
trampa. Las escrituras que edito escriben conmigo, y yo escribo con ellas.
Nunca escribimos solos por más que lo estemos. El Palomar es un ejemplo.
La escribí a partir de una propuesta del artista Juan Pablo Montero. En 2015
desplegó una obra demencial llamada «Un día, una obra», que pueden
visitar en Facebook. Cada día, durante un año, caló en papel una palabra. No lo
hacía encerrado en un atelier, sacaba los materiales donde estaba, y calaba la
cartulina blanca. Su vida estaba inmersa
en la obra, las palabras que escuchaba se volvían calados. Pero no conforme
repartió las 365 palabras entre 12 escritores. Me tocaron las 31 palabras que
componían Enero. Nunca me entusiasmaron las consignas para escribir pero acá pasaba
algo diferente. Era una invitación a seguir escribiendo. Continuar la
conversación del arte porque como decía Laiseca: “lo que no intercambia muere.”
Y esas palabras caladas las internalicé para sacar de adentro la poética de El
Palomar. Y me di cuenta mientras la escribía que ya la había escrito en el
cuerpo durante cinco años. Ahora me invitaban a escribirla en el papel. Ponerla
en circulación. El Palomar salió publicada en Argentina en el año 2021
por Club Hem. Además de la felicidad de poner en circulación la novela, una
experiencia dobló mi escritura para abrirla. La Otra Caja, también conocido
como LOC, del Maestro Ariel Luppino. Algunos pueden confundir a LOC con un
taller pero es ante todo una experiencia. Leer toda la obra de Mario Bellatin y
escribir. El carácter epifánico en la Obra de Bellatin, me reveló, entre otras
cosas, que la lectura de un libro siempre es un diálogo con uno mismo y que no
se trata de un libro, o 10 o 100, sino de una escritura. Los libros nos hablan
y siempre busco ese estado de euforia que sentí la primera vez. Pero además se
vuelve una conversación con otros cuando compartimos una lectura escrita.
Lecturas que no sean réplicas o reiteraciones de lecturas anteriores y
repetidas hasta el vacío. La experiencia de La Otra Caja es como caminar por la
reserva ecológica y leer la escritura de las plantas, la coreografía de los
insectos en el aire, maquinarias perfectas con una lógica propia. Eso mismo
intento transmitir en mis grupos. Vivamos una vida de escritura sin creer que
la escritura se agota en el acto de escribir frente al cuaderno. Porque separar
vida de escritura lo vuelve todo artificial. La celebración es escribir con
otros, los que están y los que solo están a través de sus escrituras. Siempre
pienso en el paradigma de Aurora Venturini. Escribió toda su obra sin
reconocimientos, convencida del poder de la escritura, y de la estupidez del
sistema literario. La victoria final le llegó unos años antes de irse, pero ya
estaba la escritura para seguir dialogando con los lectores del futuro. En una
charla con Luppino reparamos en el texto que María Moreno escribió para la
reapertura del Museo de La Lengua: «Nunca más volveré a provocar a los
dioses que convierten a la escritura en una profecía». A principios de
diciembre organizamos EDITA, una feria de 140 editoriales que convocó más de 6
mil personas. Como era al aire libre dependíamos de que no lloviera, pero los
pronósticos eran desalentadores. Corría riesgo de suspensión y lo que más me
angustiaba de ese escenario era que el invitado principal que venía de Uruguay
no pudiera leer. Es decir que el Genio de Felipe Polleri viniera a La Plata a
una actividad suspendida. Cada uno aposto a su fe y lo que hice fue escribir,
escribir y escribir en mi cuaderno: «Pero el abuelo de Bulla dicen que
dijo, la muerte no es tal como la imaginamos y las aguas tampoco. Cuando no
podés correr las aguas quedan dos posibilidades: anticiparlas o suspenderlas en
el cielo. Y eso fue lo que sucedió.» No llovió y Polleri desplegó toda su
escritura. La noche anterior, en la mesa de la terraza de Club Hem, nos contó
que Levrero le recomendaba que dejara el trabajo y solo se dedicara a Escribir,
y Felipe siempre le contestaba, es que tengo hijos, a lo cual Levrero respondía,
y yo también.