Primera impresión: La
búsqueda del placer no invalida la perspectiva crítica. Viajan de hecho, en
esta obra, sin separarse. Es sabido que en los conventos de la intelectualidad
laica y no laica se insiste en que sólo un disimulado masoquismo de las formas
puede dar acceso a la experiencia que nos revela. Es cierto, hay que decir, que
intentarlo por fuera de ese dictado puede carecer, en la mayoría de los casos,
de toda consistencia artística.
  


   Entonces podemos preguntarnos por qué
Leo Serial insiste en un camino tan desestimado, vilipendiado, y en último caso
difícil. La respuesta indica hacia una fascinación por la naturaleza. No la
naturaleza inconstatable de la mente humana, sino la naturaleza incontestable
del globo ocular, su capacidad de viajar sobre líneas y colores, vengan de
donde vengan, del ojo a la mente y de la mente al ojo. Algo sigue mensajeando
desde su placentera figurabilidad.
 


   Segunda impresión: Estamos
ante el trabajo de un artista animal. Uno de cacería. Suele estar echado,
divagando entre los serrines que pueblan el aire y las señales tenues del
cuerpo satisfecho. Pero un indicio lo despierta con picos de adrenalina y la
imagen resulta capturada. Como el rapto es veloz, la imagen casi no sufre: deja
un cadáver hermoso. Después el artista vuelve a cierta calma, las pupilas a un
tamaño normal, y va pintando, con lentitud estudiada. Así es como en esta obra
conviven dos tiempos, la captación súbita y la ejecución paciente. 
 



   Tal cosa, por supuesto, se apoya en
una técnica. Se desliza sobre ella. La técnica parece algo concreto, y lo es,
pero resulta importante notar los componentes abstractos de una técnica. La
construcción imaginaria de un aparato que guía la emoción/pensamiento como si
fuera un curso de agua. El artista lo construye a lo largo de su vida y lo va
modificando. La concepción y ejecución de la obra se apoyan en este circuito
ideográfico, que les aporta algo de seguridad a su existencia. 
 


   

   El artista sin embargo lo sabe: ese
tobogán de transparencia que es la técnica, no sólo es imperfecto y falla de
vez en vez, sino que puede volverse un conjunto inútil, una nube de mosquitos,
un paisaje de recuerdos trillados. No existe, por eso mismo, algo menos seguro
que el arte.  
 

   Leo Serial lo sabe, lo recuerda.
Que por razones intrínsecas y externas, volverá a encontrarse cualquier día en
un espacio estético que, al medirse con la técnica, dejará a esta carente de
sentido, disociada, divergente, fuera de pista. Para eso sirve el artista
animal, para supervivir el momento pre-lingüístico, cuando la realidad vuelve a
ser indiciaria. 
 


   Tercera impresión: Todo
lo anterior viene a decirnos, sin sorpresa, que esta obra es corpuscular. Está
entre el dibujo y la pinura, entre el arte callejero y algunas tradiciones
antiguas, entre el aforismo y la novela, entre la línea de firmeza técnica y la
de temblor existencial.
 

   Y no más palabras, ya que el artista
animal las aprecia sólo hasta cierto punto: no les consiente el vicio. Prefiere
sospecharlas y si es posible, hacerlas retroceder un poco, como en la felicidad
auténtica.