…no
busco una belleza que cuelgue de las paredes,
yo
prefiero otro tipo de belleza,
esa
que conforta, que envuelve, que acompaña y consuela
Federico
Falco
Reseñas, ensayos, críticas, abstracts,
ponencias, artículos y una larga lista de etcéteras de los cuales a veces ni
siquiera se puede diferenciar uno de otro. Este texto no pretende ser más que
una recomendación, incluso en algunos momentos admitirá que quizás pueda llegar
a no gustarle a un otro el texto acá recomendado.
Leí Un cementerio perfecto de
Federico Falco el año pasado a mediados de año y, desde entonces, no
paro de recomendarlo, incluso le escribí una vez a Falco para decirle que el libro
era lo más, así, bien de fanboy. No volví a
releerlo, por más que pensé hacerlo para este artículo. Creí que la imagen que
sobrevivía en mi cabeza iba a ser mejor que cualquier realidad del libro. Me
acuerdo, sí, sin consultar el índice, de tres cuentos que me fascinaron: “Silvi
y la noche oscura”, “Las liebres” (tuve que googlear el nombre –en mi recuerdo
se llamaba el hombre de las liebres–) y el que le otorga el título al conjunto
de cuentos, «Un cementerio perfecto». Recuerdo que hay un par más que
no me parecieron malos pero que decididamente no estaban a la altura de los ya
nombrados.
Como aclaré al principio, la idea de esto es caer víctima de manera
furiosa y estrepitosa sobre la subjetividad, porque nada queda en la literatura
si no es la esencia propia del ser y el encuentro con la lectura. Leer Un cementerio perfecto me transportó a una época
que jamás viví en que la soledad era sinónimo de felicidad. Leer la frase
anterior me transportó a una época en la que me preguntaba qué carajos estaba
diciendo. A ver, leí el libro de Falco y descubrí que leer me llenaba de algo
que no sentía hacía mucho respecto a la literatura, y comprendo completamente a
quién no piense como yo; es más, de puro egoísmo, desearía que nadie jamás
sienta lo que sentí al leer ese libro, pero sí desearía que la gente al menos
lo lea, lo lea y descubra si le suscita algo o al menos si le resulta un
embole.
Cuando leí el libro pensé que estaba escrito especialmente para mí, de un
modo raro, claro, no es que pensaba que Federico Falco había escrito un libro
pensando en mí, lo cual seguramente daría como resultado un libro malo. Pero
todo lo que allí estaba presente me nombraba y me llevaba a otros lugares,
todas las expresiones tenían para mí un sentido extra, no había nada (al menos
en los tres cuentos nombrados) que fuese accesorio, todo parecía pulido hasta
niveles demenciales –pero, claro, ese es el recuerdo que pervive en mi mente.
Cuando leí el libro de Falco me acuerdo que pensé que los cuentos tenían un
plus no material, algo de la esfera de lo metafísico, algo muy parecido a un
alma. No sé qué es el alma, no sé si existe el alma, no sé si es posible que un
cuento tenga algo de lo que su existencia me resulta dudosa. Pero tuvieron algo
que me transportó a un más allá del texto, a un no lugar como
solía decir a diario un amigo. Ese más allá de los textos, ese lugar al cual no
puedo otorgarle un significante es lo que quiero que alguien vea en esos
cuentos.
Recuerdo varias cosas puntuales de cada cuento sin haberlos vuelto a
leer, porque me parece que están mejor en mi mente que plasmadas en el texto.
El nivel de ostracismo del personaje de «Las liebres», la acción
transcurrida en “Silvi y la noche oscura” donde cada hecho que pasaba
previamente en mi cabeza sonaba “ojalá pase esto” y efectivamente pasaba. Pocas
veces se da que la mente de un lector y la mente de un autor coincidan
plenamente en una historia. Este es uno de esos casos. Para el último cuento de
los acá traídos a la memoria, su propio nombre resume todo, “El cementerio
perfecto” cierra en mi mente el volumen del libro de la misma manera que el
diseñador de cementerio planea su cementerio perfecto. La búsqueda del
personaje por hallar el árbol final, un roble que amenice toda su obra y le
otorgue la inmortalidad, la encuentra Falco con este cuento. Por si no se
entendió, el cuento es el roble del cementerio de Falco, lo que tanto trabajo
cuesta encontrar en la ficción, Falco (conscientemente o no) lo encuentra en la
escritura.
Otro de los elementos que aún resuenan en mi memoria es la manera
en la que sus cuentos terminan. Todos los cuentos pueden seguir, ninguno queda
allí cerrado perfecto, concluido, redondo, pero a ninguno se le exige más,
todos cuentan lo que tienen que contar y listo. A diferencia de otros libros de
cuentos contemporáneos argentinos (pienso en Samantha Schweblin o en Mariana
Enríquez) que solo parecen estar escritos para contar la anécdota y listo. Me
remito por ejemplo a Pájaros en la boca donde
básicamente Schweblin escribe un cuento que podría ser un tweet (una chica que come pájaros) o a Enríquez
que piensa que el secretismo de sus narraciones, o el no decir lo que está
ocurriendo, es sinónimo de buena escritura. En el libro de Falco, el nudo de la
acción transcurre en algún punto en el que ya pierde importancia lo que está
pasando en el texto (o al menos así lo leí yo y punto). No se trata de que un
tipo se vaya a las sierras, de que una nena se enamore de un testigo de Jehová
o de que un arquitecto quiera hacer un cementerio perfecto, sino de todas las
acciones, decisiones que llevan a eso, y sobre todo de la presentación de los
lugares, personas y fundamentalmente de sus no dichos. En un punto las
historias terminan, todas podrían claramente seguir pero en el lugar donde dejan
de narrarse es el punto justo donde deberían dejar de ser contadas.
El lugar y tiempo donde y cuando leí el libro debe haber impactado
mucho en la lectura, pero no fue algo extravagante, recuerdo sí leer el libro
en consonancia con la escucha del último disco de Nick Cave. La experiencia de
ambos me dejó mucho en ese entonces y aún resuenan en mi mente frases de Falco
y acordes de Cave. Volví hacia atrás en ambos casos, en Falco a sus primeros
libros, en Cave a sus primeros discos. Con Cave descubrí que cada álbum
anterior era mejor, con Falco no. Como si las malas semillas de Cave hicieran
que un fruto enorme en su carrera musical, aun siendo muy bueno, no madurase
hasta el punto álgido; con Falco, como si su roble hubiese germinado y todas
sus plantas ambientasen el lugar, su último libro es su gran libro. Un libro
preciso, perfecto, que hay que leer. Y eso es lo único que me importa que
saquen de este escrito.