De una casa sólida

pasé a ser un terreno baldío.

Donde hubo paredes

ahora hay escombros.

 

No sé cómo pasó.

 

Estela Figueroa

 

  
La película brasilera Aquarius,
estrenada en el año 2016, bajo la dirección de Kleber Mendonça Filho, trabaja
alrededor de una serie de problemáticas correspondientes al Brasil actual.
Entre ellas, la disputa territorial entre las inversiones promovidas por el
sistema neoliberal y los restos de construcciones de viviendas que no se
adaptan a la estética instalada desde este paradigma mercantil. Narra, además,
las relaciones entre espacio y memoria familiar, como así también los problemas
que atraviesan la vida de los sujetos en la vejez. Tópicos, de este último
punto, que abren aristas hacia cuestionamientos que van desde la soledad vivida
una vez fragmentada la familia hasta los deseos sexuales en la edad madura de
una mujer.

  
Así, la película se centra en la historia personal de Doña Clara, una
ex-periodista, ya viuda, que vive en un departamento del edificio Aquarius y
que se encuentra luchando contra los problemas que le trae una empresa
constructora, cuyo proyecto es la demolición y readecuación del edificio. Doña
Clara defiende y desafía a la constructora rechazando las grandes ofertas que
se le ofrecen, con un carácter firme y decisivo: ese apartamento que la empresa
quiere comprar para así poder llevar a cabo una remodelación que incluya
ventanas espejadas y paredes vidriadas, es su casa, su hogar, y el lugar donde
su familia –su tía, sus hijos, ella misma– han vivido. En este sentido, el
edificio Aquarius no sólo es concebido en términos de mercancía, sino como un
espacio que archiva una serie de
relatos y memorias de la familia de Clara, que van desde la historia de su tía
militante hasta la infancia de sus hijos. Esas memorias son las que marcan
decisivamente la actitud de Clara frente a las ofertas, e incluso frente los
argumentos de sus hijos a favor del abandono del lugar. Pero Doña Clara se
aferra: no va a dejar que estos nuevos diseños “de fachadas integrales
livianas” destruyan la memoria guardada en ese lugar; no va a permitir que la
estética impuesta por este sistema social y financiero atente contra la
importancia de una memoria íntima –que es, en última instancia, intraducible en
términos monetarios– archivada en un espacio físico concreto.

  
Los únicos capaces de comerse la memoria y la testarudez de Doña Clara
son los bichos. Las termitas que la empresa constructora oculta en un sector
del edificio para que, de a poco, vayan acabando con la construcción. Pero
Clara las descubre. Y es ese mismo panal de termitas el que acaba en la oficia
de la empresa constructora junto con la abogada y algunos familiares de Clara al
momento de demandar justicia. Son los bichos, imagen con la cual la película
cierra, el elemento que permite aunar el discurso familiar y el legal en un
reclamo potente generando una posibilidad de enfrentarse al sistema empresarial
del mercado capitalista. Son los bichos, en suma, los que, al mismo tiempo que
funcionan como amenaza, dan lugar a la denuncia y a la posibilidad de guardar y
conservar ese lugar de memoria familiar de Doña Clara.

  
Ahora bien, considerar el hogar de Clara y el edificio Aquarius en
términos de archivo es comprender la
posibilidad de destrucción que lo condiciona, y con ello el empecinamiento en
su resguardo por parte de Doña Clara. Ya que si se insiste en proteger, en
(res)guardar algo es porque se tiene miedo de perderlo, y es ese miedo a la
pérdida el que moviliza el deseo de guardado. Se guarda, pero en el mismo acto
de guardar se somete el aquello que se guarda a la posibilidad de destrucción y
de olvido. Es de esta forma que la figura de Doña Clara deviene la guardiana del
archivo que es el edificio Aquarius. Un archivo que puede someterse a la
destrucción y que, con su pérdida, potencia la posibilidad de que se diluya en
el olvido una historia familiar, un relato íntimo, pero también la constitución
subjetiva de la ya vieja Doña Clara. Porque Clara sabe –o podemos y decidimos
creer que sabe– que si se va de ese lugar haciendo caso sumiso, su memoria
puede caer en el olvido. De manera tal que el edificio como archivo instala la
problemática no sólo en lo que refiere a la posibilidad de un objeto de
constituirse como objeto de memoria, sino también el hecho de que hay objeto porque la vejez atenta contra
la memoria del sujeto. Doña Clara, que se encuentra en años maduros, podría
olvidar la historia de su familia y su propia historia si no fuera por el
edificio Aquarius, por lo que ese lugar, no es únicamente un espacio de memoria
sino el soporte de la memoria de
Clara. Un soporte frágil que puede ser eliminado por los grades monopolios
empresariales, que imponen un modelo arquitectónico para las ciudades costeras
pensadas para el turismo, si no hay un protector que lo resguarde.

NO ES MÁS QUE UNA CASA

 clavada en el suburbio.

 Una casa con su techo sus paredes

 sus ventanas y sus puertas. Su historia.

  
Así comienza un poema del libro Máscaras
sueltas
de Estela Figueroa. Una casa, un hogar, conserva más allá de los
elementos materiales, su relato y es eso lo que la película Aquarius trata de señalar. Es que en una
casa confluyen las disputas tanto íntimas como sociales cuando de su
destrucción de trata. ¿Por qué derrumbar y remodelar un edificio con gente que
todavía lo habita? ¿Con qué criterios se hace eso? Y, en última instancia, ¿qué
se pierde y qué se gana con esto? La película es lo suficiente clara al
respecto y por eso actúa como denuncia frente a un paradigma que busca imponer
una estética neoliberal y homogeneizadora, borrando todas las posibles marcas
locales que se inscriben en los espacios urbanos. Atacar, entonces, este
sistema supone en el film volver a los bichos. Los bichos, ese elemento natural
es el que irrumpe en el proyecto modernizador propuesto por la constructora.
Ese elemento que busca refrenar todo intento de imposición total de un paradigma
cultural y económico importado. Los bichos y la vieja Clara son la verdadera
plaga que ataca a la constructora.

 Molesto.

 Zumbo.

 Pico.

 Soy como el mosquito

 cuando me enamoro

 

 Será por eso

 que me cierran las ventanas.

  
Con estos versos del poema “Bichos en la casa” cierra Estela Figueroa su
libro A Capella. A Doña Clara también
casi se le cierran las ventanas, las puertas. La película deja inconcluso qué
pasa finalmente con la casa de Clara, pero culmina con esta escena: Doña Clara
reclamando -molestando, zumbando, picando- con un panal de termitas en las
oficinas de la empresa constructora.