Diálogo entre la China y Richard sobre Todos
contra todos y cada uno contra sí mismo 
de Bob Chow.

  

La China: JP Zooey, Selva
Almada, Bob Chow. Me parece interesante esta tendencia de escritores que se dan
a conocer bajo un seudónimo ridículo, que inventan una relación distinta con la
obra, la tradición y los lectores. Bah, “inventan”, es telqueliana la idea,
pero funciona: al desconocer todo de ellos, ponen la obra en primer plano.
Aunque al decir la verdad la incógnita hace que el proceso se invierta: el
vacío, el halo de misterio de la función autor (imposible desarraigarnos de
ella) intensifica esa relación, trasladándola a la obra. En Bob Chow y Todos contra todos y cada uno contra sí mismo leo
algo de eso: la familiaridad y la extrañeza, los chistes sobre la inflación y
las reflexiones sobre el origen del universo. Simultáneamente parece y no
parece un autor argentino.

 

Richard: Creo que en lo
que decís hay dos cosas que ponés en relación y que antes habría que separar.
Lo primero tiene que ver con el seudónimo. Es interesante, en efecto, pero no
deja de ser algo ya demasiado hecho (y con esto tiene que ver la segunda
cuestión). No es que tenga la superstición de la originalidad. Pero me pregunto
si, al no estar un poco quemado el procedimiento del seudónimo, no termina
causando el efecto contrario al que describís: al ponerme un nombre que suena a
marca de comida para perros, es obvio que no me llamo así. Redundando en la
“invisibilidad”, termino volviéndome demasiado visible. Tal vez usar un
seudónimo vistoso hoy es la mejor manera de subrayar mi nombre de autor. Fijate
que la falta de foto y la mitificación de la biografía (madre comechingona y
padre letón: la ficción de la novela funda la vida del escritor) no hacen más
que volver denso ese vacío. Respecto de lo segundo, ahí hay algo que me parece
más interesante, porque, en efecto, cuando comencé a leer Todos contra todos…, la primera impresión que tuve fue
la de una versión latinoamericana de Thomas Pynchon. Es solamente una
impresión: algo como una artificialidad deliberada y que se regodea en cierta
belleza metálica, no sé cómo decirlo, una especie de sensualidad por lo
inhumano de las ciudades futuras, las naturalezas mutiladas y los entes humanos
que parecen extraterrestres. Justo, Pynchon, que me parece es quien inventó
esto de la desaparición del nombre de autor, que por otra parte tampoco
inventó, sino que toma y perfecciona de Borges.

 

La China: Medio gataflora
lo tuyo: toda la vida le recriminamos a la literatura argentina su exceso de
realismo, o peor: ¡de costumbrismo!, y ahora que viene alguien que le canta al
futuro y a la Argentina post utópica te quejás… El artificio del nombre es
parte de la estética: Bob Chow construye mundos extraños así como el hijo del
personaje construye mundos en el Minecraft.

 

Richard: Justamente, a eso
voy: si la relación con Pynchon no es mero fruto del raquetazo que me pegué
mientras la leía, tiene que haber un vínculo entre el artificio del seudónimo y
lo artificial de la novela, entre la artificialidad del futuro post utópico,
como vos lo llamás (cómo te gustan los “post” a vos) y la de los entes otrora
humanos. No discuto la relación. Solamente no encuentro tan “interesante” la
tendencia. Supongo que Selva Almada hace referencia a la naturaleza mutilada de
América Latina y a uno de los dos cuchilleros de “El encuentro” de Borges. Pero
a eso iba, hay algo ahí argentino y no argentino, que yo identifico con algo
así como una vulgata de la ciencia ficción estilo Pynchon. Quiero decir que lo
extraño de la novela no es tan extraño. ¿Me explico?

 

La China: Introdujiste la
ciencia ficción y ahí te puedo correr. Me parece que la ciencia ficción es el
modo rápido y convencional para aprehender la rareza de Chow. ¿Hay algo
inverosímil o empíricamente imposible en la novela? Bob Chow es realista, de
hecho creo que es el único escritor realista que hay en este momento en Argentina.
Acá siempre confundieron el realismo con el mimetismo del habla y la
descripción del paisaje: es el karma del provincianismo. Es evidente que los
autodeclarados realistas estuvieron siempre detrás de la realidad. El realismo
es sobre todo un problema de distancia. Cuando Chow habla de todos esos
avatares tecnológicos incomprensibles y los mezcla con el pobrismo boliviano
está haciendo converger dos tiempos heterogéneos. Quizás eso se puede resumir
en la mención de Nisman: todavía no llegamos a procesarlo como material
estético disponible y él ya lo está novelando. Agarra lo más actual, pero a la
vez más impensable del presente, dándole forma a una experiencia que es parte
indispensable del paisaje de nuestra neurosis argenta.

 

Richard: Insistís en
llevarme hacia un aspecto que no me interesa o en atribuirme afirmaciones que
me son ajenas. Yo no creo que la novela sea de ciencia-ficción, ni que el
género sirva para reducirla. Dicho sea de paso, ese género tiene su propio
verosímil, no es solo inverosímil. Creo que más bien la novela utiliza la
ciencia-ficción como recurso, le da el mismo estatuto que a Nisman (interesante
convergencia), al exotismo, a la Babel de referencias. Vos insistís en hablar
de realismo y, está bien, hacés de la misma una categoría plástica: me pregunto
dónde está su utilidad. Nada más realista, según mi opinión, que la
ciencia-ficción. Me gustaría que te explayaras acerca de esa fórmula feliz de
que el realismo es una cuestión de distancia. Yo diría que, si Bob Chow es
realista (no sé por qué me meto en este brete), es porque capta algo de lo
“contemporáneo” (y no lo “actual”), precisamente en su anacronismo. Supongo que
a eso te referís cuando hablás de dos tiempos distintos. Repito que no me
interesa encasillar la novela. Intuyo que el realismo es un pseudo problema. A
mí la novela no me gustó tanto como a vos y me parece que buscamos argumentos
para justificar nuestra impresión. Los primeros capítulos me atraparon y
después fui perdiendo interés. Es una novela “piola”, hecha con inteligencia y
sofisticación, “bien escrita”. Es “redonda” y, al mismo tiempo no, porque
dibuja su “hiato” (el desinflarse de la intriga por ejemplo). Pero justamente,
me parece que hasta su imperfección es demasiado perfecta. A eso voy con lo
artificial. Quizás no es para mi paladar. Me atribuyo el problema. Creo que
tiene su mérito, pero hay algo que no termina de convencerme. Quizás es más
“actual” que “contemporánea”. El pedacito de contemporáneo que capta alcanza
para que tenga valor. No sé. Siento que me gusta mucho la boga a la parrilla y
que la novela de Chow sabe a sushi.

 

La China: Sobre la
distancia… hay un tema en Todos contra todos… que
es el del exceso de información, saberes, teorías…la Babel de referencias como
vos dijiste. Corrijo: no es un “tema” de la novela, es el “tema” de Bob Chow
(arriesgo, porque no leí otra novela, pero intuyo que este es su trademark). Podríamos pensar que no hay tema más
contemporáneo que el exceso de información: ¿qué hacemos con todo ese saber que
está ahí revoloteando a un click de distancia? Tema que, paradójicamente, no
deja de ser borgeano, ¿no? Pienso rápido en dos extremos: Una belleza vulgar de Tabarovsky en el que la
aventura de la hojita reúne todos esos saberes académicos inconexos o Terranova
que hace de los saberes residuales de internet material de las conversaciones
de Los amigos soviéticos. Pero en Bob Chow es distinto, el
saber infinito es el material de la escritura misma: no hay frase que no esté
corregida (o seriamente ampliada) por una referencia culta o popular. Ahí hallo
contemporaneidad.

 

Richard: Por
fin me servís algo masticable. Pero sigo sin entender qué pinta en todo esto el
realismo. Lo paso por alto. En efecto, es un tema borgiano: la Enciclopedia ya
prevé la Era Informática. Es interesante lo que hace Chow con eso. Pero tengo
la impresión de que, con un poco de técnica (supongo que se aprende en los
talleres literarios de Buenos Aires), no es muy difícil escribir una novela
utilizando el Google. El exceso de información… Sí, pero también está el
interés por lo que está detrás del mero dato, por ejemplo, yo me puse a buscar
información sobre las “chinkanas”. La novela es un campo minado de
informaciones, algunas apócrifas futuristas, otras contemporáneas, que quizás
restituyen el asombro a lo inexplorado de este mundo. Es cierto, ese asombro es
un poco gélido, como el de un científico: cuando habla de las avispas que pican
a las tarántulas, es como si estuviera describiendo un documental del Discovery
Channel. Me parece que yo me quedo solo con la ficción: lo que vos llamás
“material de la escritura misma”, a mí me parece un exceso barroco, una
redundancia. Creo que la imaginación chowiana es superior a su “estilo”, si esa
palabra todavía quiere decir algo. La imaginación de la novela está hecha de
planos veloces, sucesivos, de conexiones sinápticas, de flujos energéticos. La
historia es interrumpida por la información, pero esa información es
“interesante”, uno puede ir a buscarlo en Google. Aira dice que él escribe sin
estilo porque su frondosa imaginación le exige una limpidez de la frase.
Conjeturo que Chow se vería favorecido por esa sugerencia. Es solo una idea.
Reitero que lo que más “pega” de la novela es la invención de situaciones, el
modo audaz e inteligente con el que la imaginación encuentra “semejanzas
inmateriales” y, como vos decís, acorta las distancias, o vuelve experimentable
la jibarización de las distancias en esta era que se supone es la nuestra.
Ahora bien, si para eso armás un thriller y
 a continuación, para parecer muy avant-garde, no lo
resolvés, me pregunto si no hubiera sido más económico extirpar directamente la
intriga. Sin embargo, no, supongo que el plot es
coherente con ese gran tema que vos decís es el de la saturación de la
información. Me parece muy piola. Sigue sin convencerme el resultado. Mejor: lo
que vos elogiás de la novela, lo suscribo, sin que eso contradiga mis
objeciones. Ya que traje a colación a Aira, me parece que también habría que
considerar esta novela como un experimento con el exotismo.

 

La China: Intuyo a dónde
querés ir con el exotismo, pero no sé si comparto lo que vas a decir. No creo
que haya tematización en particular sobre lo latinoamericano (la insistencia en
torno a la  comida quizás). Bolivia puede pensarse solo como el decorado
circunstancial para evitar la identificación inmediata. Aunque eso, claro,
también es exotista. Donde más veo la presencia del estereotipo es por el
contrario en Cornelia Krause. Alemania es la fantasía inconfesada de los
argentinos: ni yanquis ni marxistas, sino la sobria perfección liberal. No
recuerdo personajes femeninos en la literatura argentina tan encantadores. De
hecho en mi dictadura socialdemócrata La Maga es desterrada por Cornelia. ¿Te
imaginás lo bien que le haría eso a este país, a nuestras estudiantes de
humanidades? Además no es solo Cornelia en sí, es el grado de delirio que
adoptan los personajes en torno a ella. De hecho hasta el mismísimo narrador
parece sucumbir a sus encantos. Cito un pasaje: “La Dr. Krause convivía con
Magnus Ivins (…) Brillante como embajador, el talento de Ivins no alcanzaba
para tratar con una mujer demasiado perfecta. Armar el rompecabezas de un cielo
sin nubes requiere, como mínimo, un poco de paciencia”. Cierto es que a veces
Chow, de tan enamorado que está de su creación, parece condescender hasta el
cliché; se pasa de rosca bah. La perfección es sospechosa y esto, maldición,
avala un poco tu hipótesis.

 

Richard: Parece caliente
con su propia criatura, sí. Pero ordenemos un poco. Insisto con el exotismo
airiano: no se trata de “tematizar” lo particular, sino más bien de inventarlo.
Imaginar “particularidades absolutas”. Me gusta tu idea de la fantasía
inconfesada. La Maga hace tiempo que no calienta ni un preso. Aunque a mí
Cordelia Krause me deja un poco frío. Ahí Chow logra la inflexión de un
estereotipo sobre lo alemán. Es exótico en la medida en que manipula los
estereotipos, los abre para que puedan alojar nuevas connotaciones, favorecerse
de contrastes. ¿Qué es más contrastante para la imaginación de nacionalidades
que el par Bolivia/Alemania? Por supuesto, es el correlato de la oposición
artificialidad/naturaleza (y no “cultura” ni “civilización”). Se trata de lo
electrónico, lo gris, lo científico-técnico, contra el pozo sin fondo de una
Naturaleza suavemente hobbesiana. Sin querer, me encuentro de nuevo con los
arcanos de la ciencia-ficción: Verne, el viaje al revés. Restituir el enigma de
un universo “sabido”. De las cuevas subterráneas nadie sabe nada, se sabe menos
que de las galaxias. Ese enigma es latinoamericano. Lo argentino, en la novela,
está entre lo boliviano y lo alemán: no es ni una cosa ni la otra. O entre lo
“gélido” y lo “tropical”. Como en ese momento gracioso: el colectivero alemán
obedece a rajatabla el horario y no hace caso a las personas; el colectivero
brasileño es capaz de una brutal frenada por un pasajero y no hace caso al
reglamento; el colectivero argentino no le hace caso ni al reglamento ni a las
personas, sino a su estado de ánimo, que no suele ser de lo mejor. Está buena
la mezcla, ¿no? La novela empieza con Cordelia en Bolivia, tratando de bajar
sus e-mails con una pésima conexión “debajo de los árboles ancestrales”. Lo que
vos decís de la distancia: lo exótico americano está pegado a la civilización europea ultramoderna (o
más bien al revés). En esta contigüidad, es interesante que la naturaleza
aparezca con un comportamiento artificial. El mismo
mito de la chinkana es la fantasía moderna acerca de la tecnología de los
antiguos. Como si no pudiéramos imaginar una antigua civilización sin otorgarle
una especie de pensamiento pre-tecnológico. En todo caso, me parece afortunado
cómo esa contigüidad entre naturaleza y tecnología permite de alguna manera dar
vueltas las cosas: la naturaleza se parece finalmente a la máquina. Es probable
que ese acartonamiento de los personajes sea entonces parte del efecto.

 

La China: Creo que va por
ahí, pero también «el progreso es un gruyere al que se le hacen más
agujeros” dice en un momento. Entre la artificialidad, lo abstracto, lo
maquínico, el progreso tiene su contraparte orgánica y podrida. Por eso también
compara el virus informático con el ébola (que surgió de paso en una cueva: en
Chow todo tiene que ver con todo). Viste que por ejemplo el virus que le pasan
a Orlog no sirve para robar datos, sino que arruina materialmente la pc del
hotel. “Está embrujada” tira uno. Vos decís que la naturaleza se hace maquina,
pero en la novela lo digital también avanza depredatoriamente sobre lo
biológico. El tema de la novela de Orlog va por ahí: la inteligencia artificial
aparece como el verdugo potencial del pensamiento cerebral.

 

Richard: Insisto con que
me gustan algunos hallazgos de esas mezclas: la novela que escribe Orlog, sobre
las supermáquinas que llevan polleras. Y él se va a encontrar con una supermáquina
con pollera precisamente. Ahí quizás encuentra su sentido la insistencia un
poco sosa en la belleza de Cordelia: hay un momento en el que Orlog le dice que
su belleza la vuelve totalmente “irreal”. En ese momento convergen
perfectamente el imaginario de la novela y el erotismo del protagonista: la
irrealidad de la chica se vuelve real. De repente es como la replicante
de Blade Runner. También el gerente de la empresa, cuando
viaja a Bolivia, sufre la misma inversión: fuera de su hábitat “natural” (es
decir, la ultra-artificialidad de la lógica empresarial), en medio de la
exuberancia latinoamericana, se vuelve “autómata”, no sabe cómo actuar, pierde
justamente naturalidad: de hecho, se lo llama “aparato de carne”. Esta misma
mezcla es la de interés convergente de Orlog por las supermáquinas y por las
supercuevas. Parte del paisaje de las ruinas incas se parece a una plataforma
de lanzamiento de cohetes. Es como cuando se dice que a las pirámides las
hicieron extraterrestres. Creo que la novela logra un poco eso: manipular el
imaginario tecnológico para contemplar la ruina exótica antiquísima y
americana. Como si solo una imaginación futurista y tecnológica pudiera
acercarse a lo a-humano de lo arcaico y primordial. Ahí convergen naturaleza y
tecnología, lo arcaico y lo ultramoderno o futurista: ambos desalojan lo
humano, es una imaginación necesariamente a-humana.

 

La China: Estamos hablando
del progreso, la tecnología, lo humano, la naturaleza casi como entidades
trascendentales, pero creo que todo esos conceptos tienen su tematización
local. No son muchas, pero todas las escenas que transcurren en Buenos Aires me
parecen fascinantes. Desde la transformación del paisaje hasta el desgaste de
los vínculos, pasando por las versiones vernáculas ineficientes de las
multinacionales o la política reducida a una serie de lemas marketineros en el
subte. Sin repetir el motivo de las modernidades periféricas de la Coca Sarli,
es evidente que en la repartija a nosotros nos tocó un progreso de la B. De
hecho la frase “el futuro redentor ha llegado y los habitantes del monobloc se
siente medianamente desgraciados cuando lo provisorio termina volviéndose
eterno” puede leerse simultáneamente como un elogio y una crítica al
kirchnerismo. Elogio si pensamos que para los humildes el kirchnerismo fue
ciertamente un momento de redención, la posibilidad de entrar al mundo del
consumo; pero también una crítica cuando vemos que tampoco lograron producirse
cambios estructurales densos. Quizá me estoy yendo al carajo, quizá la frase
alude no solo a nosotros, sino a todo el capitalismo global, a sus
desigualdades, sus distancias: el progreso antes que nada es la coexistencia de
celulares ultramodernos y villas miserias. Es la ambigüedad de Chow: puede
leerse como un comentario de la coyuntura y como una crítica general. Otra vez,
lo local y lo cosmopolita.

 

Richard: Veo que volviste
al realismo. Ahora la novela es una crítica de los populismos latinoamericanos
y del capital financiero global. Ahí te encontraste con tu hipótesis.
Perdoname, yo insisto: creo que la novela lo aprovecha todo, es medio un
Leviatán (para volver a la Naturaleza), todo lo devora, lo procesa y lo
sintetiza. Aunque es cierto que esa Buenos Aires tiene su encanto. Al final
tenés razón: estoy regataflora. Me gusta y no me gusta. No sé por qué su estilo
derrapa también con Cordelia. Es como esos nerds del futuro que construyen un
cyborg de mina para poder tener sexo. Te sirvo este bocado: “Orlog no comprende
mucho pero toma a Cordelia de la cintura y la nuca, sin pensarlo, sin saber
cómo llegó a ese beso prolongado, inconcebible.” Parece Cortázar. Y termina así
el párrafo: “Algo similar ocurrió en el cielo y en la tierra cuando cuatro
caballos no pudieron desmembrar a Túpac Amaru. En cuanto a Orlog y Cordelia,
nada los detiene ya. Túpac Amaru no se desintegra y se llama Túpac Amar”. ¿No
me digas que no es malísimo? Amén del mal gusto de utilizar a Túpac Amaru.
También se toma un poco para la joda al Che Guevara. No sé, si lo queremos
ubicar en relación con la política, me parece que nos deslizamos en laderas
peligrosas.

 

La China: Creo que
cualquier frase desconectada de su contexto suena mal, hasta “nadie lo vio
desembarcar en la unánime noche” suena grasa tirada así nomás. A mí el estilo
chowcence me gusta, digo, la frase no tiene la belleza arquitectónica de
Chejfec, la conceptual de Aira o la hiperbatónica de Cohen. Es algo entremedio,
inteligente sin hacerse el canchero, veloz pero opaca, asociativa pero
gratuita. Es borgeana a su manera, tiene su wit inglés. En
un momento dice: “las teorías recientes sobre gravedad cuántica sostienen que
el tiempo y el espacio se descomponen discretamente en fragmentos de
información. Orlog cree que una persona inteligente podría contar una historia
atractiva sobre cualquier objeto”. Va por ahí: la historia, que podría ser
cualquiera, llega a su tema circularmente, a través de fragmentos y solo la
sintaxis consigue sostener el edificio en pie.

 

Richard: La frase
desconectada de su contexto… ¡Túpac Amaru y Túpac Amar! No me jodas, China, qué
contexto ni qué ocho cuartos. Justamente, cuando me refiero a excesos barrocos
pienso en ese comienzo de cuento, del que el mismo Borges se burlaba décadas
después. No lo subrayé, pero por ahí anda algo muy parecido a la unánime noche.
Me parece que el problema es que pasa de esas frases elegantes a un prosa
equilibrada y después se despacha con estos engendros cortazarianos. La elegí
malévolamente a la cita, claro, pero me parece insalvable. El estilo también es
un mosaico, un repertorio, como sus recursos temáticos e imaginarios.

 

La China: Blandirme con
Cortázar… ¡qué hijo de puta! ¿Sabes quién tenía la cursilería a flor de piel
y escribía “mal”? Tu querido Arlt.

 

Richard: China, sos
decimonónica. ¿Hasta cuándo vamos a seguir discutiendo eso? Está bien, te gusta
Chow, te gusta el sabor de lo actual. Es difícil ceñir, si es que hay que
ceñirlo, lo que acontece. Ojalá esta novela sea un acontecimiento. Pero,
¿sabés? No vamos a enterarnos ahora.