A X, siempre

 

   Llega un momento en la vida de todo
hombre en que ante todo debe reconciliarse con el mundo y consigo mismo.

   Reelaboro.

 

   Llega un momento en la vida de todo hombre
que ante todo debe conciliar consigo mismo.

   Después que termino de leer algo
que me haya gustado mucho, siempre quiero escribir algo sobre eso, devolver el
favor, que no quede en el simple “por favor leé esto”, o quizás sí, pero
decirlo de una manera mucho más bonita. 

 No puedo empezar ninguna clase de texto sin
antes comenzar con una anécdota, aunque sea intrascendente, aunque no tenga
nada que ver y no le importe al otro que lee. Me reconcilié con partes de mi
persona que tenía olvidadas. Esta no va a ser la excepción.

   Conocí a Becerra de pedo (y me
arrepiento del método) porque vino al congreso ese en que todo el mundo de
golpe era fanático acérrimo de Saer. Becerra resonó sobre el resto de aquellos
que desconocía por dos cosas. La primera de ellas, que fue uno de los pocos en
defender La grande de Saer sobre las demás novelas (opinión
que comparto plenamente) y la otra fue una cuestión meramente anecdótica, le
pregunté a X (quien había presentado la mesa) qué opinión tenía sobre Becerra y
me respondió (entre otras cosas) que le parecía lindo. Él, Becerra, el ser
humano Juan José Becerra. Como no puede ser de otra forma, intenté ver
cuál era el hecho que le hacía a ella decir eso. Sorprendentemente, encontré
esa respuesta en sus libros.

 

   Leí tres novelas de Becerra en diez
días. La intención no era esa, era leer una sola con el fin de conocer su
faceta novelística (ya había visitado videos, artículos y notas suyas de
diversos lugares). El motivo de la lectura de los tres libros de Becerra es en
parte culpa de él, es medio difícil leer una de las novelas sin leer las otras.

   La interpretación de un libro (2012)
es el libro que me respondió aquello que me preguntaba. El argumento  algo
sencillo, pero ejecutado de una manera sublime, un escritor se pregunta por qué
motivos su última novela no es un éxito de ventas. Lo interesante acá es que el
argumento de esta novela ficticia coincide con otra de las novelas reales de
Becerra, es básicamente la novela Miles de años (2004).
En el transcurso de La interpretación de un libro,
el personaje  encuentra en el subte una mujer leyendo su novela y
comienzan una relación afectiva más sexual que amorosa.

   Cuando leía “La interpretación de la
novela” y veía al novelista creado acostándose con su lectora no pude más que
reírme, y luego preocuparme. El personaje de Becerra –llamado Mariano
Mastandrea- buscaba las causas  del desencanto del público con su
novela Una eternidad (para que no se vayan haciendo tanto
quilombo, ésta es la novela falsa que comparte argumento con la novela
real Miles de años). Becerra se había transformado en un
buscador de verdades (tópico fundamental de otra de sus novelas), no le
interesaba si parcial o total, quería saber el porqué del disgusto o de la
total indiferencia hacia la lectura de su novela, hasta que encuentra en esta
joven lectora (apodada “la loca de los libros”) esa verdad que buscaba.
Mastandrea buscaba comprender por qué no lo habían leído, algo similar, pero
precisamente opuesto a lo que yo buscaba en la novela, básicamente entender
porqué había que leerlo.

   Entiendo que pueda creerse acá que la
interpretación que le di a la novela era algo netamente subjetivo y que eso la
empobrece, pero al contrario, aunque no lo parezca, hace todo mucho más fácil.
Las novelas que más impactan en mi ser, y creo aquí ser ampliamente
correspondido, son por lo general aquellas que con su tinta no escriben nada,
sino que recorren el rastro de experiencias propias que ya llevo surcadas en la
piel.

   Mastandrea encuentra en la loca de los
libros todo aquello que uno en un afán de querer ser escritor desea,  es
decir, entre otras cosas, una mujer atractiva que encuentre pasión por lo
escrito, que sea capaz de recordar incluso páginas enteras de los textos y que
enaltezca la figura de uno como si no existiese un más allá. El asunto acá es,
y puede notarse si se leyó con cierta atención la sentencia anterior, que ese
deseo es cuasi pesadillesco. Lo que parecería independientemente de toda
experiencia algo positivo, una sencilla acción como estar acostándose con una
mina que repite oraciones textuales tuyas es netamente un martirio, que alguien
hable en tu lugar, que te refleje, lo es, y más durante el momento de la cópula
– es, parafraseando- algo abominable.  

 

   Becerra sabe lo que hace –a veces lo
digo a manera de mantra–, alguien a quien le guste verdaderamente Saer tiene
que saber escribir, después me acuerdo de cada payaso del congreso y se me
pasa. Acá no hay que preocuparse, Becerra escribe y lo hace majestuosamente:

Lo
que se está dando en el sillón de Mastandrea, aunque no lo parezca, es una
situación de  reciprocidad que tanto puede ser sexual como verbal.
Novelista y lectora utilizan la lengua para fines que nadie podría
asegurar  por qué deben ser considerados diferentes, aunque en su
apariencia sí lo sean. Se prestan, con técnicas distintas, satisfacciones
mutuas; la voz de Camila Pereyra le da al monoambiente un microclima de hábitat
especial: el hábitat literario, incluso hiperliterario, en el que Mastandrea siempre
ha querido vivir; mientras él, lame el pequeño pozo de Camila (el pozo y,
también, sus costas circulares y, en algún punto de ellas, su pequeño
montículo), lo lame y lo huele, porque no hay que confundirse: oler, es en
algunas ocasiones, mucho mejor que hacer con el cuerpo cosas más brutales u
ordinarias (pág. 43)

 

   La consumación del acto sexual
propiamente dicho da comienzo al acto sexual aletargado herrumbroso y poco
placentero que la sociedad comúnmente suele denominar convivencia. Nuestro idioma,
único y hermoso como pocos, nos otorga esa magnífica opción de denominar
“acabar” al momento preciso, al instante exacto en que la relación sexual
concluye, lo irónico aquí es que una relación sexual se acaba y cuando se
acaba, comienza la relación ¿no? sexual en la pareja. En Mastandrea y “la loca
de los libros” (que si bien se llama Camila Pereyra) su función –algunos
podrían agregar aquí la palabra actancial–  es
precisamente ser eso, ser loca y estar relacionada con los libros. En el cruce
de la locura, los libros y la interpretación un factor más se da en la pareja,
se vuelven adictos a comprar cuadros de Edward Hopper en los que únicamente se
encuentre mujeres en habitaciones y en muchas ocasiones, mujeres leyendo (o en
pose de estar haciéndolo) o al menos con libros en la mano. La lectura fácil,
del artista que mete casi por atropello a una mujer en su casa y su lugar de
trabajo y colecciona cuadros de mujeres solitarias, se empieza a desdibujar
cada vez más cuando ambos teorizan sobre ciertas obras concretas de Hooper y la
soledad de lo allí presente.

Esa
mujer está leyendo algo desde hace mucho, está en medio de un proceso de
lectura. Está leyendo como puede decirse de alguien está viviendo. El tema es
ese: lee del modo en que podría simplemente vivir (pág. 57) 

 

  Otro de los grandes temas en esta novela de
Becerra es el que (creo) da nombre a la novela, la interpretación.  En un
momento dado, la loca de los libros escribe cierto ensayo sobre la novela de
Mastandrea y decide esconderlo. Como no puede ser de otra forma, lo escondido,
lo oscuro se escapa muchas veces de su lugar que lo convierte en lo escondido y
sale a la luz. Para la loca de los libros, la novela de Mastandrea es una buena
novela pero tiene ciertos fallos, “reflejan la crisis personal del autor”, es
“exhibicionista” e incluso a criterio de ella existen pasajes que son plagiados
de otros textos de escritores no queridos para nada por nuestro meta escritor.
La verdad  buscada y pedida a gritos por Mastandrea llega e irrumpe en medio
de la escena y se introduce primero de manera parsimoniosa, velada, casi
imperceptible hasta ser el total de la verdad allí existente. Para la oración
anterior intenté reflejar cómo se mete en el sueño de uno el sonido del
despertador, el letargo del sueño, la fragilidad de lo allí presente es al
principio una nada misma, no es sonido, ni siquiera significante, pero todo lo
frágil, –casi peco de ingenuidad y digo lo sólido–, se desvanece en el aire y
el sonido, como en un extraño recurso faulkneriano se vuelve ruido y sobre todo
se vuelve ya un pleno significado. Los sueños, los deseos, son eso, realidades
parciales que son hermosas mientras dura el espejismo pero se agotan, y la
realidad surge y rebalsa los bordes y el imaginario se rompe y da lugar a una
cosa mucho más compleja de nominalizar.  Los libros son libros, son
fenómenos únicos e irrepetibles en la vasta llanura del mundo, las
interpretaciones son ficciones, son productos homomanufacturados todavía más
únicos y todavía más ficcionales que los libros. Interpretar es creer que la
verdad parcial construida es perenne, aunque también esa es una interpretación
mía y usted no tiene que sumarse a vivir mi ficción. La falsa realidad perenne
de Mastandrea se derrumba y Mastandrea (spoiler alert) volverá a ser lo que era
antes de ser un buscador de sentidos, volverá a ser un escritor. En estos
tiempos m̶a̶c̶r̶i̶s̶t̶a̶s, aciagos, cada tanto, recuerdo dibujarse una sonrisa
en el rostro de X y pienso dubitativo, sempiterno como quien piensa y mira el
discurrir de su sueldo en cómo hacer para mantener algo así para siempre,
recuerdo su rostro y su sonrisa y proyecto que no termine nunca.

 

No
ocurre que no la desea, o que desprecia el cuerpo precioso que se mueve por la
habitación buscándolo a él o a su mirada, o que la castiga por los desacuerdos
abismales de sentido que lo han estado enfrentando. Simplemente no la ve, se ha
convertido en una transparencia que atraviesa para llegar, como si no la
obstruyera nada (…) a la pantalla en la que ve renacer la vida literaria que
había dado por perdida (Pag 116)

 

 
 La lógica del que escribe (que no es lo mismo que ser un escritor)
atraviesa por completo la otra novela de Becerra Toda la verdad  (2010). Sin dudas, ésta es la
mejor novela que leí en lo que va del año, (más de 100 probablemente). Cada vez
que la quise recomendar no pude más que contar su argumento y siempre veía las
caras de desazón de los demás. El único gesto que puedo hacer con Toda la verdad es dejar de contar su argumento y
que se arreglen como puedan. Ustedes se lo pierden.