Borges y la matemática,
Borges y la metafísica, Borges y la metáfora, Borges y la metalmecánica.
Convertido ya en
una marca, los editores (y algunos escritores) han explotado al máximo el
nombre del bueno de Georgie. Es cierto, de todos modos, que él
mismo se encargó siempre de dar la imagen de una gran enciclopedia que todo lo
sabe y todo lo comenta. De cualquier manera, evitemos la innecesaria referencia
a sus textos de bibliotecas totales o libros infinitos. Difícil es encontrar
una manera original de evocar su mito sin repetir los relatos ya agotados. Solo
los elegidos lo lograrán.
Es 1946. Perón
acaba de asumir el gobierno y un empleado de una biblioteca municipal es
reasignado en sus funciones. Ahora desempeñará tareas como ‘Inspector de Aves
de Corral’. Se sospecha que la razón de su reubicación en el organigrama
estatal es su abierta oposición al partido gobernante. La humillación es
evidente. El empleado, claro está, renuncia y solo volverá a ejercer una
función pública (ahora como director de la Biblioteca Nacional) cuando el
gobierno sea derrocado una década después.
Esta escena
–conocida pero no siempre publicitada– de Jorge Luis Borges es el disparador
argumental de la novela gráfica de Lucas Nine: “Borges, Inspector de aves”
(Hotel de las Ideas, 2017). El hallazgo del autor es valerse del ejercicio de
la historia contrafáctica (tan interesante y tan inútil como la etimología),
pero solo en ese detalle. En su relato, Borges acepta el cargo de Inspector, y
asume su rol de vigilante de corrales y plumíferos. Sin embargo, no se trata
–afortunadamente– de las memorias de un empleado municipal entregado a labrar
actas de contravención contra productores o vendedores avícolas poco rigurosos en
su control sanitario. Nine aprovecha la polisemia de la palabra ‘Inspector’
para elaborar una parodia policial o un policial paródico, en el que Borges
desempeña el papel de agente de la justicia (que no de la ley), persiguiendo
criminales o víctimas emplumadas.
Luego del relato
de un par de casos en los que Borges interviene, primero, en ocasión de un
asesinato cuyo principal sospechoso es una gallina y luego en el crimen de un
loro perpetrado por su amigo Adolfo, la narración se centrará en una sola
situación: la Operación Espantapájaros.
La estructura
argumental es clásica: una dama está en peligro, el valiente y audaz héroe debe
acudir en su ayuda y el villano intentará impedírselo de todas las maneras
posibles. Esos son los tres roles principales en la novela, ocupados por Norah
Lange, Borges y Oliverio Girondo, respectivamente.
Nuevamente, hay
una situación histórica en la base del relato. Para quienes conozcan la
biografía amorosa de Borges, sabrán que Norah fue uno de los varios amores
imposibles o fracasados del infortunado escritor. Norah, quien además de poeta
era su prima, había cautivado al joven Jorge Luis desde su regreso de España.
La timidez de uno no congeniaba del todo con la irreverente sensualidad de la
otra. Sin embargo, gracias a las tradiciones de cortejo de la época, Borges
habría logrado desarrollar cierta intimidad creciente entre ambos, a fuerza de
paseos y tertulias en la casa de los Lange.
De cualquier
manera, su destino trágico en materia amorosa prevaleció al fin y se reveló en
forma de ironía: en una velada de 1926 (homenaje a Güiraldes por su éxito
literario con Don Segundo Sombra), ceremonia que Borges había
previsto como la ocasión propicia para su declaración de amor, fue él mismo la
causa de su ruina. Durante esa jornada, Borges la presentó a otro joven poeta:
Oliverio Girondo. Nadie puede dudar del parcial éxito de su plan: esa noche
logró que Norah Lange se enamorara. Sólo un detalle no fue como lo había
imaginado: ella se enamoró de otro. Con el corazón roto y a punto del suicidio
(decisión que acarició varias veces en los años siguientes), Borges logró
seguir adelante convirtiendo su desgracia en literatura.
En la historia de
Nine, el Inspector Borges intenta redimir a su alter ego de
esta realidad, persiguiendo al malvado Girondo hasta su escondite en el Delta,
con el objetivo de recuperar de sus garras a la pobre Norah. No sólo en ese
aspecto es este Borges una versión más audaz y resuelta que su yo histórico,
sino también –y tal vez más sorprendente aún– en el desafío a su madre que
supone la decisión de convertirse en un funcionario de Perón.
Deudora
estéticamente de la obra del viejo Breccia, la faz gráfica de la novela se
destaca por la técnica: el collage, la mancha y la sugerencia más que la
definición construyen una atmósfera expresiva (expresionista, quizás),
opresiva, menos figurativa que sugestiva. Los ecos de Mort Cindor, Perramus y
las adaptaciones de Lovecraft son fáciles de reconocer.
En cuanto al
guión, el esquema de la historia, como se dijo, es el del héroe que persigue al
villano para salvar una víctima. Esquema que sirve tanto a la épica como a
algunas variantes del género policial. Igualmente, el hallazgo de la narración
no está en la estructura sino en el tono. El Borges de Nine suena al Borges de
su obra o sus intervenciones públicas: el léxico, la sintaxis remedan la
gramática borgeana, ese argot que sabe mixturar lo intelectual y lo mundano en
su medida justa (claro que el tono paródico de la obra exige que lo mundano se
exagere al extremo).
No podremos nunca
estar seguros si al Borges que creemos conocer le hubiese gustado verse como
estrella de esta parodia policial, pero me aventuro a pensar que al menos se
hubiese reído del ejercicio. Probablemente, luego se encargaría de destrozar al
autor en una velada con los Bioy, señalando sus falencias, proponiendo mejores
giros argumentales y deslizando que él ha hecho en su obra una parodia más
lograda de sí mismo.