Para Martín Kohan y para Fermín Rodríguez

 

Juego y deporte.

 

Se sabe: en un partido de tenis gana el que
juega mejor. No el mejor necesariamente, pero sí el que lo hace en ese match.
Un número 50 del mundo le puede ganar a un top ten si tiene una mejor tarde.
Aunque no es superior en la previa, lo fue esa jornada y ganó. Esta regla es
aplicable a casi todos los deportes (o eso me invento).

Por este motivo el ajedrez es un deporte y no
un juego. El juego se define por el predominio del azar. Puede ganar el que
juegue mejor, pero si alguien tiene suerte no hay con qué darle. Uno puede
jugar muy bien al truco pero si el que juega mal liga no hay caso. Supongo que
los jugadores profesionales de póker lo discutirían. Pero justamente, son los
que lo consideran un deporte.

El fútbol es un deporte distinto porque, aunque
en general gane el que juega mejor, un porcentaje de partidos terminan siendo
decididos por la suerte. La peculiaridad del partido también es de rigor:
muchas veces el candidato a ganar no juega bien, o el candidato a perder juega
mejor, y el pronóstico se va al tacho. En esa peculiaridad del partido concreto
puede pasar que los “planes” del presuntamente mejor equipo no funcionen
(estrategia). También, como dicen los comentaristas, que tal equipo “no se
sienta cómodo en el partido” (idea difícil de explicar a un no futbolero;
cuando, hace muchos años, tenía que explicarle a alguien el esquivo concepto
ajedrecístico de “iniciativa”, recurría a esa idea del fútbol: en ajedrez, la
iniciativa la tiene no el que ataca, sino el que se siente cómodo en el
partido
). Otras, el que juega mejor no gana y, en ocasiones, pierde. Esta
condición hace del fútbol el deporte más imprevisible, lo que lo acerca al
juego. Explica, en parte, que sea además el más emocionante y el que prefieren
las masas.

Se llama “juego” a los deportes cuando se
practican disminuyendo el elemento competitivo, cuando se juegan para
divertirse, incluso aunque se quiera ganar. La distensión llama al azar.

 

Mitos y seudo conceptos.

 

La raza de los periodistas deportivos es una de
las peores, por lo menos en el fútbol. Pocos son verdaderamente conceptuales
(Gambeta Latorre, Morena Beltrán). En general, predominan los seudo conceptos y
los mitos, largamente arraigados.

Seudo concepto:

Técnica. Es un concepto, pero se hace seudo
concepto cuando de Fulano se dice que “tiene buena técnica”. No se explicita,
pero se aplica a esa clase de jugadores que son buenos aunque no llegan a crack.
Como un artesano que hace bien su trabajo pero le falta ese plus que lo
convierte en artista. Si yo fuera jugador de fútbol, y escuchara sobre mí decir
a un periodista deportivo que tengo buena técnica (y sin ningún otro
comentario) me sentiría vagamente insultado.

Mito:

La “ley del ex”. Alguien inventó que si un
jugador se enfrenta a su ex equipo y le hace un gol, corrobora la mentada ley. Supongo
que tiene un vaporoso fundamento empírico. A mí me parece una estupidez.

(El colmo: en este Mundial, un jugador de Suiza
nacido en Camerún le hizo un gol a la selección de su país natal; nunca jugó
para Camerún, algo que por lo demás el reglamento de la FIFA prohíbe, jugar
para dos selecciones diferentes; aun así se habló de la “ley del ex”. Ya no sé
si es falta de imaginación o exceso.)

Seudo concepto:

Offside aclarado. Se escucha hasta la náusea la
expresión “cuando partió el pase, el delantero estaba en posición adelantada”.
Si el concepto de offside implica que la posición del receptor debe establecerse
en el momento en que sale la pelota del lanzador, la citada expresión es redundante.

Mito:

Golpe anímico. Alguien la discutió hace un
tiempo (no sé si no fue Latorre). ¿Cómo puede un revés del juego afectar a todos
los jugadores
? Sería más factible que uno o varios jugadores sean afectados
y con eso baste para que el funcionamiento del equipo se estropee. ¿O el equipo
tiene algo así como un alma colectiva?

Seudo concepto:

Lujo innecesario. El concepto de lujo implica
inutilidad. En consecuencia, todo lujo es innecesario. Alguien esgrimirá que un
taco puede o no terminar en gol, siendo parte de una jugada exitosa o no.
Concedido. Pero su condición de lujo deriva de su carácter de taco,
independientemente de su funcionalidad. Uno de los lujos más recordados de
Pelé, en el que gambetea al arquero contrario sin tocar la pelota, terminó con
el disparo afuera (Brasil vs. Uruguay, Mundial de 1970, 17 de junio). En
Internet se repite una expresión curiosamente lacaniana: el mítico no gol
de Pelé.

Mito:

Figura de la cancha. Cuando los hay, y más de
uno, casi siempre es el que hace los goles (curiosa excepción: el debut de
Inglaterra en el Mundial, en el que eligieron a Harry Kane, que siendo el 9 no
hizo ninguno de los seis goles; pero me parece que es por la chapa que mete el
histórico capitán, y porque ahora se elogian los delanteros que son “generosos”
y en vez de convertir dan asistencias; lo moral predomina por sobre lo
específicamente futbolístico).

Seudo concepto:

Gol del honor. Perder 6 a 1 es tan deshonroso
como perder 6 a 0.

Mito:

Golazo de penal. Sí, se puede picar… Igual los
golazos no son de penal.  

Seudo concepto:

Arquero con buen juego de pies.

Mito:

Todos los partidos importantes son “finales”.

Seudo concepto:

Jugador de buen pie.

Mito:

Falso nueve.

Seudo concepto:

Falso nueve.

 

River, Boca, la política y la economía.

 

La oposición argentina, o porteña, River-Boca,
excede nuestra tradición futbolera y es irreductible a la Historia. Se trata de
propuestas éticas y estéticas, y en última instancia económicas y políticas,
absolutamente contrarias. La expresión ganar a lo Boca, que un futbolero
conoce bien, implica el esfuerzo, el trabajo, la modestia. Boca es una ética
proletaria del sacrificio y una estética plebeya de la rusticidad. River, en
cambio, constituye una ética del don y de la dispensa, una dilapidación de
recursos, una ética aristocrática (en sentido nietzscheano), una apuesta en el
que la estética predomina por sobre cualquier otra dimensión. Carlos Bianchi,
aunque con su jugador dispensador (Juan Román Riquelme, un crack no casualmente
admirado por los hinchas de River y que ha sido más de una vez criticado por
elogiar a su archirrival), llegó a Boca después de hacer de Vélez un campeón
por trabajo y esfuerzo. Marcelo Gallardo, con pocos papeles, encarnó la mística
sagrada del gasto sin reserva, lo que implica la pérdida (regalar una final por
no cuidar el bostero 1 a 0). Boca es la racionalidad práctica del trotskismo
futbolero. River, la irracionalidad anárquica, acéfala (Gallardo no tuvo, como
Bianchi, su Riquelme), de la dilapidación. Un hincha de Boca argumenta, explica
por qué Gallardo perdió más de lo que ganó, pero lo hace desde una concepción
restringida de la economía. Para el punto de vista de una economía general, la
era Gallardo es la más grande porque triunfa el exceso, la épica, la fiesta,
las victorias y la pérdida: la voluntad que hace regalos.  

 

El mito personal del jugador.

 

Maradona (escribo estas líneas en el segundo
aniversario de su muerte) fue el último jugador con mito personal. Esto era
posible en la era analógica, lo que explica que en un país con tradición
futbolera, como el nuestro, hayan existido mitos personales como el del Trinche
Carlovich. La obra de Maradona es inseparable de su vida. De ahí proviene su
mística. La actual ultra exposición mediática de los grandes cracks vuelve
imposible el mito personal. En los diarios deportivos podemos leer acerca de
las esposas, hijos, ex esposas, amantes (ninguno sale, por lo demás, del closet,
al menos ninguna star). Desde luego, esta exposición fue de la mano de
la ultra profesionalización, lo que volvió obligatoriamente la vida de los
deportistas ejemplares, so pena de no participar en las grandes ligas. Lo que
me hace pensar de nuevo en el ajedrez: el último mito personal de ese deporte
fue Garry Kaspárov, y su archirrival Anatoli Kárpov. El campeonato del mundo
que disputaron, el segundo más grande acontecimiento deportivo de la Historia
(el primero fue la final entre River y Boca en Madrid), representó la oposición
entra la rusa soviética (el trabajador Kárpov, de ética boquense) y la
perestroika (Kaspárov, el último batailleano del ajedrez). A Kaspárov solo pudo
arrebatarle el título otro artesano del deporte, Vladimir Kramnik,
quintaescencia del juego posicional. Kaspárov nació en Azerbaiyán, ex Unión
Soviética. Se dedicó sin éxito a la política y fue encarcelado por Putin. Sin
ser Maradona, era a su modo, un modo muy ruso, un quilombero. En la era de la
IA, el mejor ajedrecista de la actualidad es un niño genio, de vida ejemplar,
que viene de los gélidos países escandinavos.