Desde que me
propusieron leer la primera novela de Katherina Frangi para su presentación
hasta que me mandaron el texto, pasaron unos días. Esta lectura se empezó a
escribir ahí. Después (que sí importa el después) la novela pasó por arriba de
ese comienzo en vacío. Era lo lógico. Pero algo fantasma se quedó.

Cuando tuve Memoria de las especies en mis manos,
ese fantasma me enseñó a acomodar los pedazos. Katherina Frangi nos trae un
rescate. Nos debería dar miedo mirarlo pero nos da ganas. Al empezar, estuve
tentado de escribir que nos metía en un post apocalipsis medio juguetón. Pero
lo borré, no lo escribí, finalmente. Porque decir una cosa así sería ser
conclusivo en un lugar donde solo cabe asomarse, meter la cabeza y preguntarse:
¿a ver?

Leí: “Venecianamente, se explica solo.” Y también: “El talento apareció por la práctica. Si no buscaba
formas, las hacía aparecer con el alambre.”

Siempre es lo
mismo pero no se repite. O al revés: siempre lo repito, pero no es igual. La
fuerza de una escritura. La escritura que nunca se sabe lo que puede. Empecé
una novela, leí treinta páginas: se largó a llover. Después de semanas. Era
extraño, pero podía pasar. Leí un poco más. Me fui a bañar. Se tapó el coso y
empezó a subir el agua. Arranqué la segunda parte. Frené para hacerme un café.
Bajé. Había un pájaro tirado en el piso del patio. Yo no había visto qué pasó.
Otra voz me interrumpió para narrarme: se la dio con la ventana y cayó
fulminado. Levanté el cuerpo del bicho. Pensé: lo coso. Después lo tiré. Mi
lectura avanzaba mientras yo estaba distraído con estas cosas.

Leí: “Nos quedó esa sensación de caer para arriba, de alejarnos…”
Y también: “Imagínese no tener
privacidad. Es peor que morir, me parece.”

Cuando yo era
joven, y mi tierra se hundía, escuchaba Peligrosos
gorriones
. Lo que más me atraía en ese tiempo era que no entendía del todo
las letras. Ni siquiera era que no hacía falta entenderlas sino que cierta
incomprensión las dejaba más abiertas. Y a mí me permitía estar más atento a su
sonido. La lectura de Memoria de las
especies
le dio play a la canción Baila
valses
.

Escuché: “Me desprendo del cuerpo que baila// veo todo el
circo que hay, que cambia.// Cumple conmigo, te pido que te mueras dentro mío.”
Leí: “Es inútil, se camina lento
cuando no se entiende.”

Pero me olvidaba:
hay gente que hace lecturas eruditas. No lo digo despectivamente. Son lecturas
que brotan de saberes, que ponen saberes en contacto. Yo escribí esta, que
pretende ser una improvisación preparada de antemano, parafraseando a Macedonio
Fernández en sus brindis. Lo único que intenta es transmitir un entusiasmo con
una escritura. Una escritura, la de Frangi, que pasa no solamente por el
cuerpo: pasa por la tierra, por el agua. Y empieza a subir. Espero que tengan
botas de goma. O que se pongan los pantalones dentro de las medias. O que anden
con una góndola inflable en la mochila.

Leí: “Uno es más adentro que afuera.” Y también: “…devuélvanme a mi ciudad, me inundo gustoso.” Y escuché: “Baila valses sobre la
terraza// baja, que te quiero ver descalza// jugo de cuchillas oxidadas, días,
misas, nuestra casa.“

Como les iba
contando: era una lectura que no me dejaba leer en paz. Me hacía abrir el
WhatsApp y hacer una notita. Y otra. Me decía: pará, no sigas leyendo, lo que
pasa importa menos que lo que estás sintiendo ahora. Yo dudaba, porque tenía
mucha razón en eso. Pero no podía dejar de leer.

Además yo lo
cuento mejor que vos, me decía la lectura. Me peleaba para seguir contando. Me
quería hundir. Me cantaba canciones: allá en tu cancha te salvaron tus amigos//
la policía de Meliquina y Capital// pero cuidate lector hijo de… Le dije: me
estás cantando una canción de cancha. Me dijo: leé ahí. ¿No ves que dice “EL
BOSQUE” y dice: “Uno hablaba y los otros pedían el vino”?

Leí: “Cualquiera que no los conoce se los confunde y creo que ese
es nuestro gran logro.” Y escuché:
“Toma todo el aire que hay en mi panza// llora toda el agua sobre balsas.//
Cumple conmigo, te pido que te mueras dentro mío.”

Hasta que la
lectura me dijo: no sigas que se va a terminar el libro. Y ahí la corté. Le
dije: te equivocás. Lo único que no
va a pasar es que se termine. Porque lo más importante de esta escritura es que
de ahí sale más escritura. En Memoria de
las especies
no hay corte, no te frena un capítulo, no te frena un punto,
ni siquiera el último.

Leí: “Debe haber un límite en la obsesión por los mapas.” Y también: “Está escrito en una lengua
que no entiendo, dijo, quizás es la misma tuya.”

La escritura de
Katherina Frangi muta y vuela, muta y anda, muta y nada, muta y todo. Solo hay
que seguirla.